Dos preguntas
Alejandra María Sosa Elízaga*
En lo que toca al tema del final de los tiempos, la gente suele irse a los extremos.
O se preocupa mucho y se dedica a tratar de averiguar morbosamente lo más que pueda y cree ingenuamente todo lo que publican supuestos videntes que anuncian que el fin será inminente, o de plano no quiere pensar ello, y no le gusta que en las Lecturas de la Misa de los dos primeros Domingos de Adviento se toque ese tema, quisiera apresurar el tiempo para llegar a los dos últimos domingos, que se refieren no a la segunda venida de Cristo, sino a la primera, la relativa a Su primera venida.
Pero aunque no nos guste, no podemos evadir el tema. Estamos apenas en el Segundo Domingo de Adviento, y la Segunda Lectura que se proclama en Misa (ver 2Pe 3, 8-14), tiene un mensaje contundente, que sin duda le reveló Dios nada menos que a nuestro primer Papa, a san Pedro, así que más nos vale tomarlo en serio.
Dice: “Puesto que todo va a ser destruido, piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor.”(2Pe 3,11-12)
¿A qué se refiere con eso de que “todo va a ser destruido”?
Nos los explica él mismo: “Desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.” (2Pe 3, 12b).
¡Ay nanita!, ¿cuándo será eso? No lo dice. Sólo nos deja saber que llegará cuando menos lo esperemos:
“El día del Señor llegará como los ladrones. Entonces los cielos desaparecerán con gran estrépito, los elementos serán destruidos por el fuego y perecerá la tierra con todo lo que hay en ella” (2Pe 3, 10).
Suena aterrador, pero no es la intención del apóstol espantarnos, sino animarnos a vivir conscientes de que este mundo no es para siempre, y que no debemos aferrarnos a nada, ni arriesgarnos a perder la vida eterna por apegarnos a los bienes de una vida terrena que se acaba.
Afirma san Pedro: “Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por lo tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con Él, sin mancha ni reproche”. (2Pe 3, 13-14).
El Adviento no es sólo un tiempo para ir poniendo adornitos navideños en casa, para pensar en lo que cenaremos en Navidad y en los regalos que daremos o tal vez recibiremos. Es, o debería ser, un tiempo para prepararnos a la venida de Jesús. Y ¿cómo nos preparamos para algo así? Quizá pueda ayudar plantearnos al menos dos preguntas cada día:
‘Si la segunda venida del Señor sucediera en este instante, ¿en qué estado de ánimo, en qué actitud me encontraría?, ¿en qué ambiente, en qué situación?, ¿aferrándome a qué?, ¿a cosas?, ¿a rencores?, ¿a deseos de venganza?, ¿a injusticias?, ¿a actitudes egoístas?’
Y, ‘si cuando llegue ese día, todo será destruido, ¿qué caso tiene acumular cosas?, ¿querer tener más y más bienes materiales? Si sólo perdurarán los bienes espirituales, lo único que podremos conservar es, paradójicamente, lo que dimos. ¿Estoy dando amor, perdón, comprensión, paciencia, ayuda, misericordia, compasión?