Sed de Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
Dice el dicho que ‘más sabe el diablo por viejo que por diablo’.
Solemos considerar que la sabiduría viene con la edad, porque eso permite acumular muchas experiencias y también adquirir muchos conocimientos.
Si alguien empieza un cuento diciendo: ‘había una vez un hombre sabio que vivía en una montaña...’, nueve de diez personas se lo imagina como un venerable viejito de larga barba blanca.
Por eso tal vez sorprende lo que plantea la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Sab 6, 12-16).
Dice que los que aman la sabiduría, fácilmente pueden contemplarla; que se deja encontrar por los que la buscan; se da a conocer a los que la desean, y que si alguien madruga por ella, la encontrará sentada a su puerta.
Eso significa que, a diferencia de la sabiduría del mundo, que es cosa de edad y de erudición, la sabiduría que proviene de Dios puede llegar a cualquiera, aunque tenga pocos años y no tenga estudios.
¿Por qué? Porque esa sabiduría es un don del Espíritu Santo, que nos capacita para saber elegir lo mejor, lo perfecto, lo que agrada a Dios; preferir Sus caminos a los nuestros, amoldar nuestra voluntad a la Suya.
Y para tener esa sabiduría, no importa si eres niño o anciano, si tienes un doctorado o no sabes escribir, lo que importa es tu disponibilidad para quererla recibir.
Lo expresa muy bien el autor del Salmo que responde a esta Lectura:
“Señor, Tú eres mi Dios, a Ti te busco;
de Ti sedienta está mi alma.
Señor, todo mi ser te añora
como el suelo reseco añora el agua..
Para admirar Tu gloria y tu poder,
con este afán te busco en Tu santuario.
Pues mejor es Tu amor que la existencia;
siempre, Señor, te alabarán mis labios.
Podré así bendecirte mientras viva
y levantar en oración mis manos.
De lo mejor se saciará mi alma.
Te alabaré con jubilosos labios.” (Sal 63)
Busca a Dios, tiene sed de Dios; lo añora como la tierra reseca añora la lluvia; considera que el amor de Dios es lo mejor que hay, mejor aún que la propia vida.
Ésa es la verdadera sabiduría.