Protege y libera
Alejandra María Sosa Elízaga*
Pregunté a diversas personas qué significa que una persona esté protegida. Y la mayoría de las respuestas iban en la línea de que esa persona estuviera en un lugar seguro; algunos mencionaron alambres de púas, alarmas contra ladrones, chalecos anti balas, rodearse de guardaespaldas, en fin, que el concepto de protección hoy en día suele asociarse con el de estar a buen resguardo, no expuesto a peligros externos.
Parecería que para estar protegidos hay que quedarnos encerrados.
Y sin embargo, en el Salmo que se proclama este domingo en Misa (ver Sal 17), dice el salmista: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fuerza, el Dios que me protege y me libera”
Cabe hacer notar que en la misma frase dice no sólo que Dios lo protege, sino que lo libera.
Es que a diferencia del mundo, para el que la protección suele implicar aislarse y poner barreras que lo separen de otros, la protección que Dios nos da, implica también liberación.
Dios nos protege de las tentaciones, de los embates del demonio, de muchas dificultades y peligros de los que ni nos damos cuenta, pero Su protección no implica guardarnos en un caparazón para que no nos pase nada.
A la vez que nos protege, nos libera, de nuestras ataduras, de nuestros apegos desordenados, de nuestras miserias y pecados, de nuestras angustias y nuestros miedos. Nos libera de todo aquello que nos impide salir de nosotros mismos y vivir la vida con la auténtica libertad de que gozan quienes son y se saben hijos de Dios.
Ser protegidos y liberados por Dios nos permite salir al mundo, a pesar de los riesgos y dificultades que ello implique, a ejercer, confiados y libres, los dones que Él nos ha dado.