y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Nada temo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Nada temo

Algunos periódicos y revistas suelen publicar un reto para probar el poder de observación de sus lectores. Presentan dos cuadritos a color del mismo paisaje o personaje, con una nota que explica que a primera vista ambos cuadritos parecen iguales pero no lo son, e invita a descubrir las diferencias entre ellos.

Al meditar el Salmo 23, que se proclama este domingo en Misa, pensaba que si hubiera que ilustrarlo en dos cuadritos, las diferencias entre ambos estarían en el paisaje, y serían muy evidentes. 

Por ejemplo, si en el primer cuadro se ilustrara la primera estrofa, que dice: “El Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas” (Sal 23, 1-3a), cabe imaginar que habría un cielo azul sobre un hermoso campo verde, lleno de flores y árboles reflejados en un manantial de aguas mansas y cristalinas.

Si se ilustrara en el otro cuadrito la segunda estrofa, que dice: “Por ser un Dios fiel a Sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tú estás conmigo.” (Sal 23, 3-4), probablemente el cielo estaría negro, quizá cuajado de densos nubarrones, y habría cañadas oscuras, es decir, escarpadas barrancas rodeando un sombrío valle (la Biblia de Jerusalén lo traduce como ‘valle tenebroso’, como quien dice, una tétrica hondonada que daría miedo atravesar).

Es evidente que en los paisajes de ambos cuadros habría muchas diferencias, entonces, ¿qué tendrían en común que pudieran hacerlos parecer idénticos a primera vista? Que en ambos aparecería en primer plano, el mismo pastor con su oveja. 

En uno se les vería entre verdes praderas y fuentes tranquilas; en el otro estarían entre cañadas oscuras y valles tenebrosos. Los entornos cambiarían, y mucho, pero la presencia constante, fiel, atenta, amorosa del pastor, se mantendría igual.

Esto ilustra lo que sucede en nuestra vida. Ese pastor representa a Dios, que en las buenas y en las malas, de día y de noche, cuando las cosas son fáciles y cuando se ponen difíciles, no cambia, no se va, ‘no se muda’, diría santa Teresa; permanece junto a nosotros conduciéndonos y haciéndonos reposar, guiándonos siempre por los mejores senderos, acompañándonos y sosteniéndonos cuando nos toca atravesar terrenos escabrosos. 

Si las cosas nos salen bien tenemos la certeza de no se debe a la suerte, a la casualidad o a nuestras propias capacidades y recursos, sino a Su Divina Providencia y a Su continua intervención en nuestra vida; y si las cosas no salen como queremos, también tenemos la certeza de que no es porque Él nos haya abandonado, se haya ido lejos, olvidado de nosotros o no le importemos, todo lo contrario, se debe a que desde Su infinita sabiduría y amor por nosotros permite sólo aquello de lo que podremos obtener el mayor bien; y si algo nos afecta o nos duele se acerca todavía más a nosotros, nos lleva en Sus brazos, para ayudarnos a superarlo iluminados, consolados, fortalecidos por Él. 

Saber que sin importar qué nos toque vivir o por dónde tengamos que atravesar, Dios estará a nuestro lado, nos permite decir, como el salmista: “nada temo porque Tú estás conmigo. Tu vara y Tu cayado me dan seguridad” (Sal 23, 4). 

Vivir con la conciencia de la constante presencia del Señor, es lo que permitió a san Pablo enfrentar lo que fuera y afirmar, como leemos en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Flp 4, 12-14.19-20): “Yo sé lo que es vivir en pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a Aquel que me da fuerza” (Flp 4, 13). 

Es lo que permitió a san Ignacio de Loyola la libertad de aceptar por igual que Dios le concediera vivir una vida larga o corta, en pobreza o riqueza, con salud o enfermedad. 

Es lo que inspiró a santa Teresa de Ávila a decir: ‘quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta’. Y es lo que nos permite a ti y a mí levantarnos cada mañana con la absoluta seguridad de que en esa jornada, sea que nos toque reposar en verdes prados o atravesar oscuras cañadas, no debemos sentir ningún temor, porque nos tiene bajo Su amoroso cuidado el mejor Pastor.

 

*Del libro de Alejandra Ma. Sosa E. ‘En casa con Dios’, Col. Lámpara para tus pasos, Ediciones 72, disponible en formato impreso o electrónico, en  http://amzn.to/2ynmf

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