Favorecidos
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Yo hago lo que sea por mis seres queridos, pero nada más por ellos.’
Es una manera de pensar muy arraigada en mucha gente que se preocupa sólo por ayudar a sus familiares y amigos y se despreocupa de todos los demás.
Pero no es la manera de pensar de Dios.
Dios nos ama a todos y nos ayuda a todos.
Por eso puede llamar la atención lo que afirma san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa: “Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios” (Rom 8, 28). En la traducción de la Biblia de Jerusalén dice: “sabemos que en todas las cosas interviene Dios a favor de los que le aman”.
Esto podría sonar como que Dios tiene favoritismos, que procede como cualquier ser humano, que beneficia sólo a quienes le aman, y a los que no, los ignora.
Pero no es así.
Para comprenderlo, cabe preguntarnos, ¿quiénes son los que aman a Dios?, más aún, ¿en qué consiste amar a Dios?
A nivel humano, ¿cómo sabes que amas a alguien? Entre otras muchas, cabe destacar dos características muy significativas: buscas y procuras, en la medida de tus posibilidades, su bien, hacerle feliz, y también quieres pasar el mayor tiempo posible a su lado.
Tratándose de Dios, amarle consiste, en primer lugar, en corresponder a Su amor, ya que, como dice san Juan, “Dios nos amó primero” (1Jn 4, 19), consiste en buscar y procurar no fallarle, no defraudarle, sino cumplir en todo Su voluntad. Y desde luego, también quieres pasar a Su lado el mayor tiempo posible, en este mundo, y luego toda la eternidad.
En ese sentido, se comprende que todo contribuya para bien de los que aman a Dios porque viven aprovechando todo lo que les pasa, bueno o malo, para ofrecérselo con amor, para crecer en santidad, para interceder por otros. Buscan siempre la cercanía con Él, leer Su Palabra, dialogar sabrosamente con Él en la oración; participar devotamente de la Eucaristía, dedicar tiempo a visitarle y adorarle. Lo viven todo no buscando solamente un beneficio mundano y temporal, sino un camino de santidad, con miras a la eternidad.
Así, eso de que en todas las cosas intervenga Dios para favorecer a los que le aman, no significa que no intervenga para favorecer a los que no le aman. Él a todos favorece, a todos da Su gracia a manos llenas, a todos colma de bendiciones. La diferencia es que los primeros las saben percibir y aprovechar, y los segundos las dejan pasar.