Porque no sabemos orar
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Cuál es la manera más conveniente de orar?
a) Emplear una de esas fórmulas de oración que te llegan por whats app asegurando que son milagrosamente efectivas, y, ‘por si acaso’ reenviársela a siete contactos.
b) Visualizar lo que tú quieres que suceda, concentrarte intensamente y hacérselo saber a Dios con gran firmeza y fe.
c) Asegurarte de utilizar expresiones como ‘¡yo decreto!’, ¡yo declaro!’, ¡yo ordeno!’
Si elegiste alguna de estas opciones, te tengo una noticia mala y una buena.
La mala es que ¡reprobaste el ‘test’! Mira por qué:
La opción ‘a’ es inadmisible. Es una superstición creer que porque repitas ciertas frases obtendrás milagros. Nadie puede forzar a Dios a concederlos. Al reenviar esa ‘oración’ a tus contactos prolongas esta cadena supersticiosa, los pones en riesgo de cometer el mismo error que tú, saturas las redes, y demuestras tu falta de verdadera fe.
La opción ‘b’ también es inadmisible porque la verdadera fe no consiste en visualizar lo que quieres y pedirlo intensamente, sino en decirle sí a Dios y amoldar tu voluntad a la Suya. Ya lo dijo el Apóstol Santiago, cuando pidamos siempre hay que añadir: “si Dios quiere” (Stg 4, 15), es decir, ponernos en las manos de Dios, confiando en que Él, que nos creó y nos ama, sabe mejor que nosotros, lo que nos conviene.
Y la opción ‘c’ es igualmente inadmisible porque nosotros somos simples criaturas, no tenemos poder para ‘decretar’, ‘declarar’ u ‘ordenar’ que suceda algo sobrenatural; ese poder sólo lo tiene Dios. Es una tendencia de la nueva era (new age) hacernos sentir como dioses, convencernos de que por nosotros mismos podemos obtener lo que sea. La intención es hacernos sentir autosuficientes y apartarnos de Dios. Pero no somos autosuficientes. Jesús declaró (y Él sí que puede declarar): “Separados de Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
La buena noticia, y nos la da san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Rom 8, 26-27), es que:
“El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros, con gemidos inefables (es decir, que no pueden expresarse con palabras). Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforma a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen”.
Por nuestro Bautismo, le pertenecemos al Espíritu Santo, Él habita en nosotros (ver 1Cor 6, 19), y como sabe lo que realmente necesitamos (no como nosotros, que creemos saberlo pero con frecuencia nos equivocamos porque solemos pedir motivados por impulsos del momento, influenciados por el mundo o incluso tentados por el demonio), Él Espíritu intercede por nosotros ante el Padre, y obtiene siempre lo que pide porque Su voluntad “es conforme a la voluntad de Dios”, ya que Él mismo es Dios, Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Así que no nos angustiemos por no saber orar como conviene. Quedémonos tranquilos sabiendo que contamos con el Espíritu Santo para interceder por nosotros.
Claro, eso no significa que le echemos todo el paquete al Él y dejemos de orar; la oración es comunicación con Dios, y nos es indispensable mantenernos siempre comunicados con Él, para estrechar cada día más nuestra relación de amistad y confianza, nuestro amor por Él, para alabarlo, agradecerle, pedir perdón, contarle nuestras cosas, pedirle por nuestras intenciones y las de los demás, e incluso para quedarnos callados, gozando de sabernos en Su amorosa presencia.
Simplemente es reconfortante tener la certeza de que, sepamos orar o no, contamos con Quien Jesús ha llamado ‘Paráclito’, nuestro Consolador, nuestro Abogado.