¿Qué podemos hacer?
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘¿A mí en qué me beneficia?’,‘¿qué voy a sacar de esto?’, ‘¿y yo qué gano?’
Son preguntas que mucha gente suele plantearse ante la posibilidad de intervenir en favor de alguien, comprometerse en alguna buena causa, echar una mano.
Estamos acostumbradísimos a buscar primero nuestro propio interés y a hacer algo por otros sólo si obtenemos alguna ventaja. Tenemos muy arraigada la mentalidad de ‘¿me conviene?, lo hago’, ‘¿va a ser una molestia de la que no obtendré nada?’, no cuenten conmigo’
Por eso nos resultan conmovedores los ejemplos de ayuda desinteresada que descubrimos en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 2Re 4, 8-11.14-16).
El primer ejemplo es el de una mujer que invitó al profeta Eliseo a comer con ella y su marido a su casa. Se ve que al principio el profeta se resistía, porque dice el texto que ella insistió, pero se ve también que disfrutó su comida y compañía, porque luego nos enteramos de que cada vez que él pasaba por ese lugar, lo cual era frecuente, iba a comer con ellos. Y aquí viene lo especial: dice el texto que un día ella le propuso a su marido que le construyeran una habitación a Eliseo en la parte de arriba de su casa. Y se nota que no fue algo que se le ocurrió en el momento, sino que lo había estado meditando, porque con esa típica característica femenina de prestar atención a los detalles, había decidido que en ese cuarto debía haber “una cama, una mesa, una silla y una lámpara”. Se nota que pensó en todo: que Eliseo tuviera su propio cuarto, probablemente con una escalerita exterior para que se sintiera con la confianza y libertad de entrar y salir independientemente, sin temor a molestar. Que tuviera una cama para descansar, porque seguramente lo veía llegar agotado de sus largas caminatas. Dice el texto que ella era ‘una dama distinguida’, así que es posible que con frecuencia recibiera invitados, por lo que tal vez por eso se le ocurrió que en su cuarto Eliseo debía tener su propia mesa y silla, por si cuando llegara, la casa estuviera llena de gente y él quisiera subir a comer solo y en paz. Y luego lo de la lámpara, indispensable para alumbrarse en la oscuridad.
Todos estos detalles son muestra de un corazón sensible y generoso, que se goza en hacer el bien, sin esperar nada a cambio. No pensaban ni rentar ni vender ese cuarto, ni le pidieron nada a Eliseo para permitirle disfrutarlo. Simplemente la mujer se lo propuso a su marido porque consideraba a Eliseo un hombre de Dios, y el marido, que se ve que era igual de buena gente que ella, aceptó.
El segundo ejemplo de ayuda desinteresada viene enseguida, cuando se nos narra lo que sucedió cuando Eliseo estrenó su cuarto. Lo primero que hizo fue recostarse en la cama, se nota que el pobre venía cansado, y le hizo a su criado una pregunta: “¿Qué podemos hacer por esta mujer?”
No se dijo: ‘se ve que esta señora es rica, mira qué sitio tan confortable me mandó hacer, voy a pensar qué más le saco’. No, todo lo contrario, se puso a pensar cómo podría agradecer el favor que había recibido, cómo podría corresponder.
El criado le hizo notar que la mujer no tenía hijos y que su marido era viejo. Eliseo la mandó llamar. Dice el texto que ella “se detuvo en la puerta” (como para que quede claro que Eliseo no le hizo otro tipo de ‘favor’), y él le informó que en un año ella tendría un niño en sus brazos. ¡Ya podemos imaginar la felicidad de esa pareja al recibir aquella bendición inesperada!
"¿Qué podemos hacer?", había preguntado Eliseo.
Y nosotros a veces hacemos esta misma pregunta, pero casi siempre de forma retórica, con impotencia o desesperanza, dando a entender que no podemos hacer nada, que las circunstancias nos rebasan, que es demasiado lo que se necesita para lo poco que tenemos o podemos dar. ‘¿¡Qué podemos hacer!?’, preguntamos desanimaos o exasperados, y de inmediato concluimos: ‘¡nada!, ¡no hay nada que podamos hacer!’
Es hora de empezar a plantear la pregunta con la actitud de Eliseo.
¿Qué podemos hacer?, es decir, ¿qué cosa que sí está a nuestro alcance podemos hacer para remediar esa situación, esa necesidad que acabamos de captar?
Es verdad que hay mucho que no podemos hacer, pero (y ese ‘pero’ cuenta mucho), ¿qué sí podemos hacer?, en otras palabras, ¿que bíen sí podemos hacerle a esa persona, a esa familia, a esa comunidad?, ¿con qué sí podemos contribuir a mejorar su situación?, ¿en qué sí podemos intervenir para su bien?
Sí, ya sabemos que no vamos a terminar con el hambre mundial, pero, ¿qué tal ofrecerle un guisadito y agüita a ese señor que tocó a la puerta y que se nota que tiene hambre y sed y está cansado de estar tocando timbres y no vender nada en todo el día?
Sí, ya sabemos que no vamos a endulzarle el carácter avinagrado a esa tía amargada, pero ¿y si la llamamos y le contamos algo agradable o simplemente la dejamos desahogarse, practicamos la ‘escuchoterapia’ propuesta por el Papa?
Sí, ya sabemos que no podemos evitar que a ese vecino se le inunde su casa cuando llueve, pero, ¿qué tal llevar nuestra cubeta y ayudarle a sacar el agua, o regalarle ropa seca o algunos enseres o incluso tal vez algo del mobiliario que se le mojó y echó a perder?
Sí, ya sabemos que no podemos hacer nada por esas personas a las que ni siquiera conocemos y de las que nos enteramos, en las noticias o en las redes sociales, que algo malo les pasó, pero, ¿qué tal orar intensamente por ellas? ¡Es poderosa la oración de intercesión!
En el Evangelio dominical dice Jesús: “Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, Yo les aseguro que no perderá su recompensa.” (Mt 10, 42)
Tal vez cabría interpretar esto de dos maneras: que no quedará sin recompensa quien tenga la bondad de ayudar a un discípulo de Jesús, aunque sea sólo dándole un vaso de agua fresca. Y que no quedará sin recompensa quien por ser discípulo de Jesús, ayude a alguien, aunque sea dándole un vaso de agua fresca.
En ambos casos el resultado es el mismo: se realiza una buena acción que podría parecer insignificante a los ojos del mundo, pero que no pasa desapercibida para Dios, que todo lo valora y lo toma en cuenta. Así que vale la pena hacerlo, y no por obtener recompensa, sino para corresponder al amor del Señor.
Así pues, la próxima vez que nos enteremos de una situación de la que nos sintamos tentados a decir, ‘no puedo hacer nada’, ‘no tengo nada que ver’, detengámonos a reflexionar un momento y preguntémonos de verdad, con ganas de ayudar: “¿qué podemos hacer?”