Todo por todos
Alejandra María Sosa Elízaga*
Dijo: ‘pues no cuenten conmigo. Habiendo tantas obras buenas en la que puedo gastar mi dinero, no pienso ayudar a delincuentes, ¡nomás eso faltaba!’
Así respondió, airadamente, una señora, cuando en la parroquia, los miembros de la pastoral penitenciaria le pidieron contribuir a una colecta para poder dar algún regalito navideño a personas encarceladas. Y se fue sin dar tiempo a replicarle nada.
Lo recordé al leer lo que dice san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Rom 5, 6-11) y pensaba, ¡qué bueno que Dios no es como esa señora!, ¡qué bueno que no desprecia a nadie ni lo priva de Su amor!
Afirma san Pablo: “Cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores.” Es decir, cuando menos lo merecíamos, nos consideró el Señor merecedores de Su amor, y no sólo nos amó, sino ¡llegó al extremo de dar Su vida por nosotros!
Dice san Pablo: “Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.”
Es cierto. Si alguien a quien se ama o admira mucho, necesitara que uno se sacrificara para ayudarle, probablemente mucha gente estaría dispuesta a hacerlo, pero la mayoría no querría, ya no digamos hacer algo extremo, ni siquiera ayudar un poco a un asesino, a un violador, a un político corrupto, a alguien que la hubiera perjudicado gravemente.
No amamos como ama Dios.
Trazamos una línea que divide ‘aceptables’ de ‘inaceptables’. Por los primeros tal vez estaríamos dispuestos a dar todo, por los segundos, nada.
Pero Dios en cambio, está dispuesto a dar todo por todos. Para Él no hay ‘inaceptables’.
Cuando Él habla de amar y acoger a los pecadores, no lo dice de dientes para afuera. Vive lo que predica. Lo vemos en el Evangelio dominical (ver Mt 9, 36-10,8). Cuando de entre la multitud que lo rodeaba fue eligiendo a Su grupo de doce discípulos, no buscó a quienes se destacaran por su santidad, ni pidió a los pecadores ahí presentes: ‘ustedes háganse para allá, porque no califican para estar en mi equipo.
Si hubiéramos estado en Su lugar, probablemente hubiéramos contratado a unos ‘caza talentos’ que localizaran personal de curriculum intachable; hubiéramos querido empezar nuestro ministerio apantallando a todos con lo que los angloparlantes llaman ‘dream team’, (equipo soñado, es decir, excelente).
Pero Jesús no hizo eso. Él eligió a los que quiso, porque lo quiso y porque los quiso, así, nada más, sin cuestionar su historial.
Prueba de ello es que entre los que escogió estaba Mateo, a quienes muchos odiaban y despreciaban considerándolo un traidor a la patria que trabajaba cobrando impuestos a sus paisanos para dárselos a los extranjeros que tenían dominado el país; estaba siempre en contacto con paganos, lo cual lo volvía ritualmente ‘impuro’, y para acabarla de amolar, tenía fama de ratero, pues su puesto se prestaba para robar. Como quien dice, lo que hoy sería un funcionario de mala fama.
Escogió a Juan y a su hermano Santiago, a quienes apodó ‘hijos del trueno’, porque tenían muy mal carácter . Nosotros en lugar de elegirlos, los hubiéramos metido a una ‘terapia para el manejo de la ira’.
Llamó a Simón, el zelota, que pertenecía a un grupo de inconformes que querían liberar de los romanos al pueblo, usando la violencia. Lo que hoy en día podría ser un pandillero, de mirada feroz, pelos parados y tatuajes en los brazos, o tal vez el subversivo miembro de una guerrilla, pasamontañas y rifle incluidos.
Escogió a Natanael, que aun antes de conocerlo, ¡ya había hablado mal de Él!
Y ¡para qué seguirle!; basten estos ejemplos para darnos una idea, de que cuando Jesús dice que ama a los pecadores, realmente habla en serio.
Y eso para nosotros, tiene tres implicaciones muy importantes.
La primera es que eso de ‘pecadores’ se refiere a nosotros. No pensemos que los pecadores son otros. La mala noticia es que todos pecamos. La buena, es que podemos sentirnos felices y agradecidos de contar con el amor incondicional del Señor, tener la tranquilidad de que por pecadores que seamos, Él nunca dejará de amarnos.
Y cabe aclarar que ello no significa que podamos quedarnos satisfechos sumidos en nuestros pecados. Él, que nos ama aunque pecamos, también nos invita a no pecar más.
La segunda, es que al Señor, que nos llama a servirle, no podemos ponerle de pretexto que no somos suficientemente buenos o dignos. Sus discípulos tampoco lo eran, y once de doce alcanzaron la santidad, nada mal para un grupo que de entrada no prometía mucho. Lo que nos toca no es calificarnos (y mucho menos descalificarnos), sino aceptar Su llamado a trabajar donde Él nos quiera colocar. Sólo pide de nosotros disponibilidad. Recordemos que Él no suele llamar a los capacitados, pero siempre capacita a los llamados...
Y la tercera, es que no sólo hemos de disfrutar Su amor incondicional, sino aprender a amar así a los demás, a darlo todo por todos. A nadie podemos considerar indigno de nuestro amor y consideración. Jesús espera que como Él, estemos siempre dispuestos a acoger a todos, buenos o malos, santos o pecadores, agradables o desagradables, amigos o enemigos, en nuestro corazón.