Trinitario regalazo
Alejandra María Sosa Elízaga*
Los que llegan tarde, se la pierden. Los distraídos y los acostumbrados que ya no ponen atención, también.
Es tan breve y pasa tan rápido, que puede pasar desapercibida. Es como una oleada, como un chaparrón celestial que llueve sobre nosotros y nos empapa de bendiciones.
Me refiero a una de las fórmulas que más suele emplearse como Saludo Inicial en Misa, que está tomada de una Carta de san Pablo, y que en este domingo, en que celebramos a la Santísima Trinidad, viene muy oportunamente, en la Segunda Lectura (ver 2Cor 13, 11-13).
Dice así: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”.
Vale la pena detenernos a reflexionar cada una de sus tres partes.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo
Dice san Juan en el prólogo de su Evangelio, que de Jesucristo hemos recibido ‘gracia sobre gracia’ (Jn 1, 16). ¿Qué es la gracia? Es ese auxilio que Dios nos envía a cada instante, gratuita y generosamente, para que podamos ir enfrentando y superando todo lo que nos toca vivir. La gracia divina es la panacea universal, que nos ayuda en todo, para todo. ¿Estás triste? La gracia de Dios te consuela. ¿Tienes miedo?, la gracia de Dios te da paz. ¿Estás enfrentando una situación durísima? La gracia de Dios te fortalece. ¿Tienes dudas? La gracia de Dios te ilumina. Para lo que sea que se te ocurra (claro, siempre y cuando sea para bien), la gracia de Dios te da lo que necesitas.
Entonces, ¡¡qué maravilla que apenas está empezando la Misa, y ya estás recibiendo a manos llenas una superabundancia de gracia divina!!
el amor del Padre
Dice san Juan en una de sus cartas que “Dios es amor” (1Jn 4,8). Es decir, no sólo que ama, porque si sólo amara, podría dejar de amar, sino que es amor. Eso significa que ama desde siempre y para siempre, y siendo Dios, Su amor no tiene comparación con ningún otro en todo el universo; no se cansa ni se limita, no se debilita ni se agota. Es un amor eterno, poderoso, inconmensurable. Nadie nunca nos ha amado ni nos podrá amar como nos ama Dios. Y tenemos una prueba evidente e irrefutable. Dice san Juan en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa: “Tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). ¡Nos ama tanto que nos envió a Jesús a salvarnos del pecado y de la muerte! ¡Nos ama tanto que nos invita a pasar la eternidad con Él!
¡Qué inestimable regalo que apenas empezando la Misa, el Padre ya esté derramando en nosotros todo el caudal de Su amor y Su ternura!
la comunión del Espíritu Santo
Dice san Pablo que “nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1Cor 2,11). Entrar en comunión con el Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, nos permite entrar en comunión con el Padre, del cual el Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo nos hace hijos adoptivos y derrama en nuestros corazones Su amor (ver Rom 5,5).
Entrar en comunión con el Espíritu Santo, nos permite también entrar en comunión con el Hijo, porque el Espíritu Santo nos guía hacia Él que es la Verdad (ver Jn 14, 6; 16, 13), nos recuerda Sus Palabras, nos lo hace presente en la Eucaristía (ver C.E.C. 1375), para que podamos comer Su Carne y beber Su Sangre, el Pan de la vida eterna, el Cáliz de la salvación.
¡Qué privilegio, que apenas está empezando la Misa y ya estamos gozando de la íntima comunión con la divina comunidad, con la Santísima Trinidad!
Da tristeza que haya quienes por desidia, por flojera, para que el ‘ratito’ dominguero que le dedican a Dios no se les haga tan largo, llegan tardísimo a Misa y todavía preguntan: ‘¿me vale la Misa?’, como queriendo calcular en términos de porcentaje si pueden quedarse tranquilos y sentir que cumplieron. ¿Hasta dónde?, ¿media Misa?, ¿un tercio?, ¿un cuarto?, ¿si llegan a la Primera Lectura?, ¿y si llegan a la Segunda?, ¿al Evangelio?, ¿a la homilía?, ¿a la colecta y echan en la canasta un billetito?, ¿a la Consagración?, ¿a la Comunión?
Dan ganas de decirles: ‘¡Se han perdido muchísimo si llegaron después del Saludo Inicial! ¡Se quedaron sin recibir un regalazo celestial!
Considera esto: Si a un empleado lo invitaran a una cena de fin de año en la empresa para la que trabaja, y llegara tarde y se enterara de que a sus compañeros que llegaron temprano, les repartieron al inicio de la cena televisores, computadoras y radios, ¡cómo lamentaría haber perdido esos regalos!, y tal vez intentaría por todos los medios hacer algo para ver si todavía fuera posible recibirlos.
Pues bien, quien se pierde el Saludo Inicial, pierde algo infinitamente más valioso, y lamentablemente ya no podrá recuperar lo perdido, pero tiene una esperanza: llegar temprano en la siguiente ocasión, listo para recibir las bendiciones con las que la Santísima Trinidad quiere colmar su corazón.