Espero
Alejandra María Sosa Elízaga*
Espero.
Es una palabra que usamos para expresar que nos gustaría que se dé cierta circunstancia, pero que no estamos seguros de que así será.
La usamos para todo, desde lo más trivial hasta lo que más nos preocupa.
Espero que me haya quedado buena la comida. Espero que mañana no llueva. Espero que la empresa para la que trabajo me dé una buena jubilación. Espero que mi matrimonio dure toda mi vida. Espero llegar sano a la vejez. Espero que un día mis hijos puedan mantenerme.
Lamentablemente cuando ponemos nuestra esperanza en gente o cosas de este mundo, solemos quedar defraudados.
La comida queda desabrida o sabe a rayos. Nos empapa un chaparrón. El dueño del banco se roba todo el dinero y huye con rumbo desconocido. La empresa quiebra. El cónyuge se divorcia o se muere. Llegan achaques inesperados. Y los hijos nos refunden en un asilo a donde nunca o casi nunca nos van a ver.
Detengámonos a reflexionar, ¿en qué o en quién hemos puesto nuestra esperanza?, y ¿qué nos hace pensar que no quedaremos decepcionados?
Es que sólo cuando esperamos en Dios podemos tener la absoluta certeza de que no nos fallará. Dice el salmista:
“En el Señor puse toda mi esperanza,
Él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.” (Sal 40, 2).
¿Qué significa poner la esperanza en Dios?, ¿esperar en Dios?
La esperanza es una virtud teologal, es decir, que viene de Dios y que nos conduce hacia Él. Nos da la seguridad de que el Señor nos sostendrá en toda circunstancia de nuestra vida, y cumplirá todas las promesas que nos ha hecho y que están contenidas en la Biblia.
Por ejemplo: promete amarnos aunque no lo merezcamos (Os 14, 5), no olvidarse de nosotros jamás (ver Is 49, 15-16), estar con nosotros hasta el fin del mundo (ver Mt 28, 20), resucitarnos en el último día, (ver Jn 5, 25-28-29; 6, 40), darnos la posibilidad de pasar con Él la eternidad (ver Jn 10, 27-28; 11, 25-26; 14, 1-3).
Conocer y confiar en esas promesas nos permite vivir con paz, confiar en que contamos con Dios, quien, como dice san Francisco de Sales, nos librará de las dificultades o nos dará Su gracia y fortaleza para superarlas, y, sin importar qué suceda, en todo intervendrá para nuestro bien, y nos ayudará a irnos encaminando hacia la santidad.
Nuestra esperanza, nuestra paz pueden despertar curiosidad, interés en quienes nos rodean, que probablemente no se explican nuestra serenidad, o por qué somos capaces de mantenernos alegres aun en la adversidad. Y si se lo preguntan, tal vez nos lo pregunten.
Pide san Pedro, en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Pe 3, 15-18): estén “dispuestos siempre a dar a que las pidiere, las razones de la esperanza de ustedes.”