y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Sacrificios

Alejandra María Sosa Elízaga*

Sacrificios

Padecer una incomodidad, un contratiempo, privarte de algo bueno:

a) Es algo que evitas a toda costa. Lo soportas sólo si no hay más remedio, pero te enoja, te pone de muy mal humor.
b) Es algo que aceptas, e incluso procuras, para ofrecérselo a Dios.

La mera verdad, aquí entre nos, que nadie nos oye, ¿qué opción elegiste?

Probablemente no la segunda. Padecer incomodidades no suele encabezar la lista de preferencia de la gente.

Por eso a muchas personas les puede llamar la atención, al enterarse de la historia de las apariciones de la Virgen de Fátima, ahora que han sido tan difundidas pues se están celebrando sus cien años, que meses antes de que los pastorcitos vieran a la Virgen, se les apareció un Ángel, que los invitó a adorar a Dios, les enseñó varias oraciones, y les pidió, entre otras cosas: ‘ofreced constantemente al Altísimo plegarias y sacrificios. De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores.’

Que a unos niños de diez, nueve y siete años, se les pida que ofrezcan sacrificios, ‘constantemente’ y, ‘de todo lo que puedan’, puede sonar excesivo, pero no lo es. Prueba de ello es que cuando al fin se les apareció la Virgen, una de las cosas que les mandó fue: "sacrificaos por los pecadores”.

Nuevamente se les pidió sacrificarse. Y esta vez la petición vino nada menos que de la Madre de Dios, así que vale la pena considerar seriamente el asunto.

Empecemos por definir qué se entiende por ‘sacrificarse’, en otras palabras, en qué consiste un sacrificio.

La palabra viene del latín ‘sacrificium’ que significa sacralizar, hacer sagrado algo que no lo era.

Se capta de entrada que al sacrificarnos, sacralizamos nuestra vida, lo que era ordinario, lo volvemos extraordinario poniéndolo en manos de Dios.

Esto se comprende mejor si consideramos que el diccionario ofrece estas dos definiciones de ‘sacrificio’:

1. Ofrenda hecha a Dios en señal de reconocimiento u obediencia, o para pedir un favor.

2. Esfuerzo, pena, acción o trabajo que una persona se impone a sí misma por conseguir o merecer algo o para beneficiar a alguien.

Desde el punto de vista de la fe, ambas definiciones bien podrían conformar una sola. Podemos considerar que un sacrificio es un esfuerzo, pena o acción que ofrecemos a Dios, por amor a Él, o en reparación por nuestros pecados o los de otros, o para pedir una gracia, para los demás o para nosotros.

Mucha gente piensa que eso de sacrificarse pertenece a épocas remotas del cristianismo, es una práctica masoquista, dolorista, que acostumbraban sólo los monjes de la Edad Media en los monasterios, y que no hay por qué rescatarla ahora. Un amigo me decía el otro día, que no le gusta esa oración que habla de que estamos ‘gimiendo y llorando en este valle de lágrimas’, afirmaba: ‘¡Dios quiere que seamos felices!’

Es verdad que Dios nos quiere felices, tan es así, que nos invita a serlo plenamente en el cielo, pero mientras estemos en este mundo, enfrentaremos, lo queramos o no, situaciones que nos harán padecer: dificultades, enfermedades, muerte de seres queridos, crisis económicas, etc. ¿Qué podemos hacer? Podemos dejar que ello nos desconcierte, enoje, frustre y amargue, nos vuelva duros, cínicos e insensibles, o podemos aprovecharlo, hallarle sentido, ofrecérselo a Dios como sacrificio, ponerlo en Sus manos para gloria Suya, bien nuestro y de nuestros hermanos.

En el primer caso, nos lastimamos y lastimamos a los demás. En el segundo caso, nos encaminamos a la santidad, y, cabe hacerlo notar, no por un camino doloroso, sino gozoso.

Quien se sacrifica por Dios y por los demás, vive más feliz, y genera a su alrededor felicidad. Cuando las cosas se ponen difíciles, cuando no salen como espera, no reacciona con ira, ni se llena de impaciencia e indignación, sino se las ofrece a Dios y queda en paz.

En la Segunda Lectura de este Quinto Domingo de Pascua (ver 1Pe 2, 4-9), dice san Pedro: “Acérquense al Señor Jesús, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios; porque ustedes también son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Jesucristo.”

Si estamos “destinados” a “ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios”, más vale que empecemos. Y lo bueno es que es más fácil de lo que pensamos.

Si lo lograron tres niños de diez, nueve y siete años, también podemos lograrlo nosotros. Basta que hagamos lo que pidió el Ángel, que ofrezcamos ‘todo lo que podamos’, lo que vivimos todos los días, nuestros problemas cotidianos.

    Por ejemplo, ¿nos hicieron un comentario desagradable?, no reviremos, ofrezcámoslo a Dios. ¿Está pesadísimo el tráfico?, no nos violentemos tocando claxonazos, ofrezcámoslo a Dios. ¿Alguien en casa se comió lo que habíamos guardado en el refri para la merienda? No hagamos berrinche, ofrezcámoslo a Dios. ¿En el trabajo o escuela nos están haciendo la vida de cuadritos?, no busquemos venganza, ofrezcámoslo a Dios. ¿Nos machucamos un dedo?, no gritemos palabrotas, ofrezcámoslo a Dios. ¿Cometimos un error, una torpeza?, no nos demos de topes contra la pared, ofrezcámoslo a Dios. ¡Ofrezcámoslo todo, nada es demasiado poco para ofrecérselo a Dios!
Y si alguien se pregunta: ¿por qué quiere Dios que le ofrezcamos tantas cosas malas?, ¿qué disfruta viéndonos sufrir? La respuesta es: ¡no!, ¡de ninguna manera!, no es por Él, sino, como siempre sucede con todo lo que nos pide, para nuestro propio beneficio.

Cuando enfrentamos las dificultades, sean grandes o pequeñas, y en lugar de enojarnos, despotricar, patear puertas o desquitarnos con alguien, aprovechamos para ofrecérsela inmediatamente a Dios, descubrimos con sorpresa que lo que antes nos agobiaba, se vuelve llevadero, lo que antes nos provocaba tensión, nos deja en paz.

Se comprende que san Pedro diga que hay sacrificios ‘agradables a Dios’, claro, porque sacrificarse así es un acto de amor, hacia Él, hacia los demás, y hacia nosotros mismos.
Ojalá nos propongamos, como pidió la Virgen de Fátima, ofrecer al Señor muchos sacrificios cada día, y en cada uno decir: ‘¡Oh, Jesús, es por Tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!’

Publicado el domingo 14 de mayo de 2017 en las pags web y de facebook de ‘Desde la Fe’, de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), y en la de Ediciones 72.