y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Los frutos de la luz

Alejandra María Sosa Elízaga*

Los frutos de la luz

¿Qué diferencia hay entre ‘estar en tinieblas’ y ‘ser tinieblas’?

Hice esta pregunta a algunas personas y coincidimos en que ‘estar en tinieblas’ suena como algo que puede ser momentáneo e incluso sin culpa propia, como cuando hay un apagón y de pronto, sin querer, se ve uno sumido en la oscuridad, pero que eso de ‘ser tinieblas’ implica que la persona no sólo está rodeada de tinieblas, sino que ha acogido las tinieblas, las ha interiorizado, las lleva dentro, pues. Suena tenebroso, y lo es.

Recuerdo un libro grande y gordo de cuentos infantiles que me gustaba hojear cuando era muy pequeña. Todavía no sabía leer, pero me deleitaba viendo las bellísimas ilustraciones. Una de ellas mostraba a una mujer pálida, de pelo negro larguísimo que escurría agua; traía un vestido oscuro empapado; estaba envuelta en nubes y relámpagos, de pie en un charco. Representaba la lluvia. A su lado había un misterioso ser envuelto de pies a cabeza en una capa negra, con una capucha dentro de la cual no se veía su rostro. Representaba la noche. No sólo era sombrío, sino ensombrecía todo a su alrededor.

Su imagen vino a mi mente cuando leí lo que le dijo san Pablo a los efesios en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este Cuarto Domingo de Cuaresma (ver Ef 5, 8-14): “En otro tiempo, ustedes fueron tinieblas”.

Con la franqueza que lo caracteriza, Pablo se atreve a darles un diagnóstico brutal del estado en que alguna vez tuvieron el alma los efesios, y lo que les dice a ellos, vale también para nosotros.

¿Qué significa ser tiniebla? Vivir en total alejamiento de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn 8,12), tener el alma a oscuras, sin que la ilumine el amor, la belleza, la alegría, la paz del Señor.

Lo bueno es que después añade el Apóstol: “Pero ahora, unidos al Señor, son luz.”

Es interesante hacer notar que no sólo les dice: ‘pero ahora son luz’. Es que el alma humana no tiene luz propia (por más que ahora algunos se empeñen en afirmar lo contrario e incluso haya quien anuncia ‘consultas’ para que los papás lleven a sus hijos a que les digan si éstos son ‘seres de luz’, ¡háganme el favor! Por supuesto siempre les dicen que sí, para justificar los miles de pesos que gastaron en averiguarlo).

Pablo enfatiza que quienes que antes eran tinieblas ahora son luz porque están unidos al Señor. Sólo la unión con Él permite que alguien pueda recibir y comunicar Su luz. 

Da a entender san Pablo algo muy interesante: que la luz de Dios es fecunda. Y menciona tres de sus frutos:

1. La bondad

La tiniebla impide ver a los demás. La luz de Jesús permite reconocerlos como hermanos, ser buenos con ellos como Él lo es con nosotros, más aún, reconocerlo a Él en los hermanos, y tratarlos como lo trataríamos a Él, con delicadeza y ternura.

2. La justicia

En la Biblia este término se refiere a vivir conforme a la voluntad de Dios.
La tiniebla impide conocer y cumplir la voluntad de Dios, facilita preferir la inmovilidad, el querer quedarse siempre igual, y entraña también el riesgo de tomar caminos equivocados e incluso caer en algún hoyo o precipicio. Sólo la luz de Dios da la libertad de mirar por dónde se va, y encaminar los pasos hacia Él.

3. La verdad

La tiniebla impide a la persona verse a sí misma, ver a los demás, ver lo que la rodea, captar la realidad tal como es. Se deja guiar por lo que le dicen los demás, puede ser manipulada, engañada. Sólo la luz de Dios permite salir de la tiniebla de la ignorancia, del error, del temor, de la soledad, de la angustia, de la desesperanza de no hallarle sentido a la existencia.

Publicado el domingo 26 de marzo de 2017 en las pags web y de facebook de ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de Méxco; en la de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de Méxco), y en la de Ediciones 72, editorial católica mexicana.