Los 7 errores de Eva
Alejandra María Sosa Elízaga*
Los ‘hubiera’ no existen. Cuando alguien comete un error, es inútil que se recrimine diciendo: ‘hubiera hecho esto’, ‘no hubiera hecho esto otro’. Ya lo pasado, pasado. No se puede cambiar.
Pero ello no significa que no pueda servir para algo. Puede servir para bien, y mucho, si aprendemos de ese error para no caer en él, si lo cometió otro, o para no volver a caer en él, si lo cometimos nosotros.
En este Primer Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos presenta, en la Primera Lectura que se proclama en Misa (ver Gen 2, 7-9; 3, 1-7), la narración del momento en que la primera mujer, Eva, cometió el primer pecado en el mundo.
Es un relato que hoy tiene un gran valor para nosotros, porque muestra qué fue lo que la llevó a cometer aquel pecado y cómo reaccionó, lo cual nos permite darnos cuenta de que lo mismo puede sucedernos a nosotros, por lo que hay que estar atentos para evitarlo.
Podemos aprender de los errores de Eva, para no cometerlos. Y cabe considerar que cometió al menos siete, antes, durante y después de su caída.
1. Dialogó con la serpiente
Según el relato bíblico, la serpiente hizo una pregunta a Eva y ella respondió.
Primer error. Decía san Agustín que a la tentación no se le platica, ¡se le huye!
Ésta suele llegar como una idea, una ocurrencia: ‘ojalá se muriera mi suegra’; ‘me encantaría tener una aventura con mi secretaria’; ‘podría robarme este dinero.’
¿Qué hacer? Rechazarla inmediatamente, decir: ‘¡no, qué barbaridad, cómo se me ocurre!’, y no darle la menor cabida.
Aseguraba san Francisco de Sales que no podemos evitar que lleguen las tentaciones, es decir, las oportunidades de seguir caminos opuestos a los que propone Dios, pero que si las rechazamos de inmediato, no cometemos pecado.
Vemos en el Evangelio dominical (ver Mt 4, 1-11) que Jesús sufrió tentaciones, pero no entró en diálogo con el demonio; le contestó sólo para rechazarlo.
2. Se dejó mentir y mintió
Una vez que Eva entró en diálogo con la serpiente, comenzó a ver las cosas como la serpiente quería que las viera.
Ésta le había lanzado una pregunta provocativa, que contenía una mentira (que Dios les había prohibido comer de todos los árboles), con intención de hacerla sentir injustamente tratada, reprimida (‘¡uy, pobres de ustedes, no les permiten comer nada!’).
Y Eva, dejándose influir, respondió con otra mentira, dijo que Dios les pidió no comer frutos del árbol “ni tocarlo”.
Las palabras de Eva reflejaban ya el sentimiento que la serpiente había querido despertar en ella, había ya una semillita sembrada de molestia, frustración, autocompasión y rebeldía ante lo que parecía una exagerada prohibición.
Cuando entramos en el ámbito del pecado, dejamos de vernos como Dios nos ve, y empezamos a sentirnos víctimas reprimidas, decimos: ‘esto que nos pide es demasiado’, ‘¿quién puede cumplirlo?’, es ‘injusto’. El enemigo va preparando en nosotros el terreno para que nos sintamos con derecho de no cumplir la voluntad de Dios.
3. Quiso ser como Dios
Adán y Eva habían sido creados a imagen de Dios; vivían en un paraíso; tenían poder sobre todos los seres vivientes que habitaban el jardín, ¿qué más querían?
Dios les había prohibido comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, no para reprimirlos o fastidiarlos, sino porque el ser humano no es el que puede determinar lo que está bien y lo que está mal, pues se deja influir por las circunstancias, por sus deseos del momento, no ve más allá de lo que tiene enfrente, está limitado por el espacio y por el tiempo.
La serpiente le dice a Eva que si come de ese fruto será “como Dios, que conoce el bien y el mal.” A Eva la tentó la ambición de poder, la soberbia de querer ser como Dios.
4. Se deleitó imaginando lo prohibido
Eva hizo lo que hasta ese momento seguramente no había hecho: se permitió contemplar el árbol del fruto prohibido, comenzó a encontrarlo muy agradable a la vista, e imaginó que sus frutos serían muy buenos para comer y para alcanzar sabiduría.
Es lo que san Francisco de Sales llama ‘delectación’. Que consiste en no rechazar la tentación, sino deleitarse con ella en la imaginación.
Siguiendo los ejemplos planteados antes, el señor que pensó que ojalá se muriera su suegra, en lugar de rechazar ese pensamiento, se deleita imaginándola morir tras engullir raticida en la merienda. O el que está pensando en conquistar a su secretaria, se deleita imaginando que la lleva a cenar y a un motel. O la persona que pensó que podría robarse un dinero, se deleita imaginando cómo lo gastaría.
Deleitarse imaginando lo que sucedería si se cediera a la tentación es algo muy peligroso, porque debilita la voluntad y la deja muy propensa a ceder a la tentación, sobre todo en ciertos casos en que se despiertan apetitos corporales, que hacen todavía más difícil resistirla.
5. Cayó
Como era de esperarse, tras la delectación vino la caída en el pecado. Tanto estuvo imaginando Eva lo sabroso de aquel fruto, que terminó por comerlo.
Probablemente se dijo: ‘no es la gran cosa, ¿qué tiene de malo?, una mordida y ya, no pasa nada.’
Cuando caemos en pecado, podemos juguetear con la idea de que no pasa nada. Como no cae fuego del cielo que nos achicharre, seguimos tan campantes. Pero no es cierto que no pasa nada. Pasa algo muy grave. Dejamos de pensar en Dios, de preocuparnos por darlos gusto, de preguntarnos: ‘¿Qué querría Él que yo hiciera?’. Rompemos nuestra relación con Dios. Y no sólo la nuestra. Todo pecado tiene una consecuencia, un impacto en los demás.
6. Hizo caer a Adán
Eva podía haber comido y haberle dicho a Adán: ‘¡Acabo de cometer una estupidez, no vayas a cometerla tú!’ Pero no lo hizo. Le dio de comer.
Quien cae en el pecado suele necesitar cómplices que lo validen, que le permitan decir: ‘él, ella también lo hizo’, ‘todos lo hacen’. Necesita voltear a ver a alguien que le sonría y le diga que hace bien, que todo está bien, aunque no sea cierto.
Dice el texto bíblico que Adán estaba parado junto a Eva. Merecería otro artículo que se llame ‘los errores de Adán’, el primero de los cuales fue estar ahí parado y ¡callado!
Podía haber dicho: ‘mujer, no platiques con esta mentirosa, vámonos’, y rescatar a su compañera, pero no dijo nada y también cayó (y todavía después ¡le echó la culpa!...).
7. Se ocultó
Luego de su primer pecado, Eva y Adán cometieron otro inmediatamente: ocultarse de Dios.
En lugar de ir a buscarlo, confesarle lo que hicieron y pedirle perdón, se escondieron.
Por primera vez en la historia, el ser humano rompió su amistad con el Señor.
Este domingo no se lee en la Lectura ese texto, pero en la Biblia dice que Dios se paseaba por el jardín a la hora de la brisa (ver Gen 3, 8).
En los pueblos orientales, en que el calorón hace obligatorio detener las actividades y tomar una siesta, la hora de la brisa es cuando cae el sol, el ambiente se refresca y la gente saca una silla a la puerta de su casa, y conversa con los vecinos, es la hora de la charla, de la amistad.
A esa hora se paseaba el Señor por el jardín, buscando a Sus amigos, pero ellos ya no querían encontrarse con Él.
Es la consecuencia más triste y dolorosa del pecado, el romper la amistad con el mejor Amigo, dejarlo plantado, esperando.
Dicen que el diablo nos quita la vergüenza para que cometamos el pecado, y luego nos la regresa, para que nos dé pena confesarlo.
Así asegura que nos mantengamos siempre en ese estado de lejanía con Dios.
Estamos empezando la Cuaresma, tiempo de conversión, de cambiar de mentalidad y de rumbo y reorientar nuestros pasos hacia Dios.
Tiempo de aprender de los errores que cometió Eva, para no cometerlos.
Tiempo de no dialogar con el diablo ni dejarnos seducir por él.
Tiempo de no deleitarnos imaginando lo que nunca debíamos imaginar.
Tiempo de dejar de creernos dioses.
Tiempo de no caer en tentación ni hacer caer a otros.
Tiempo de dejar de ocultarnos del Señor, y permitir que venga a nuestro encuentro, a la hora de la brisa, a ofrecernos Su amistad y Su amor.