Un mejor deseo
Alejandra María Sosa Elízaga*
Quién sabe a quién se le ocurrió, pero la frase pegó y cada año la usa muchísima gente, dime si no, te apuesto que al menos una persona, si no es que muchas, te deseó ‘próspero año nuevo’.
Y casi seguro que alguien te deseó también ‘mucha salud’, ‘éxito’, ‘que cumplas tus sueños’ y ‘logres tus metas’.
Son los deseos más populares y parecen muy buenos, pero, ¿lo son realmente?
¿Qué es un año ‘próspero’? , ¿en qué consiste la ‘prosperidad’ según la mentalidad del mundo?, ¿en tener mucho dinero? Viene a la mente una noticia que acabo de leer: que en una de las cientos de casas que posee, cierto famoso ex político prófugo guardaba cuarenta y tres millones de pesos en cajas de cartón. ¡Muy próspero!, ¿no? Y sin embargo todo ese dinero (y el que ha de tener escondido en otros lados), no le ha dado verdadera felicidad en este mundo, ni se la dará en el otro, al contrario...
Desearle salud a alguien, en cierta medida es como implicar que si se enferma ya se amoló, ya no podrá ser feliz, lo cual es falso. Es cierto que a todos nos gusta estar sanos, pero cuando falta la salud, no tiene por qué faltar también la alegría.
Para un cristiano, la enfermedad, el sufrimiento inevitable, unido al de Cristo, se vuelve redentor, se vuelve oportunidad para crecer en paciencia, en humildad, en empatía con otros enfermos; permite reordenar las prioridades, volver la mirada a lo esencial, valorar más lo que se tiene, lo que se puede hacer, y sobre todo, a la gente, a los seres queridos, a los que lo atienden y también a los que sufren, que se vuelven compañeros de dolor en los hospitales, en las áreas de quimioterapia, de diálisis, en las salas de espera.
Desearle a alguien ‘éxito’ en todo lo que emprenda, no necesariamente puede convenirle. El éxito a veces se sube a la cabeza, provoca soberbia, que quien lo tiene se sienta mejor que otros, superior, que pierda el piso, se crea autosuficiente y se aleje de Dios.
Hay en EUA programas de concurso de canto, en los que participan jovencitos que todavía llegan con sus papás, que todavía se encomiendan a Dios antes de cantar, y suele suceder que pasado un tiempo, cuando logran su anhelado éxito, los fotógrafos los siguen a todas partes, viven de ‘gira’, venden millones de discos y tienen millones de fans, se desubican y terminan adictos a las drogas, al alcohol, con la mirada perdida y el rumbo de su vida más perdido todavía.
Desearle a alguien que se cumplan sus sueños y logre sus metas, sin saber cuáles son, es temerario. ¿Qué tal si sueña con ‘escabecharse’ a su suegra?, ¿con engañar a su cónyuge?, ¿si su meta es robar un banco?, ¿derrochar su dinero en locuras?, ¿alcanzar un importante puesto aplastando a cuantos se le crucen en su camino?
La verdad es que todos esos deseos de año nuevo que hemos venido oyendo y repitiendo sin pensar son frases teñidas de lo que el Papa Francisco llama ‘mundanidad’, es decir, valoran lo que el mundo valora: tener dinero, tener poder, tener, tener, tener...
Entonces, ¿qué nos queda?, qué podemos desear a nuestros seres queridos en año nuevo?
La respuesta nos la da la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 1, 1-3).
Dice san Pablo: “les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor”
¡Ese sí que es una maravilla de deseo!
Nos desea la gracia, que es auxilio, bendición, don, luz divina, que nos fortalece y capacita para vivirlo todo tomados de la mano de Dios, amoldados a Su voluntad, enfrentando y superando con Su ayuda toda dificultad.
La gracia, verdadera panacea universal, que nos da lo que necesitamos, cuando lo necesitamos y para lo que la necesitamos, por ejemplo para entender la Palabra, para dialogar con Dios, para vernos como Él nos ve, reconocer y arrepentirnos de nuestro pecado, vencer un mal hábito, crecer en santidad, salir de nosotros mismos e ir al encuentro de los demás, saber comprender, perdonar, aconsejar, ayudar...
La gracia que es siempre para bien, nunca para mal (quien hace el mal, es porque ha desaprovechado la gracia, ha actuado fuera de la gracia, sin la gracia, por algo se le considera un ‘desgraciado’).
Y también nos desea la paz, el ‘shalom’ judío, que no es ausencia de conflicto ni guerra fría, sino una auténtica y gozosa paz que se asienta en lo más hondo del alma y la llena de tal bienestar, gozo y plenitud, que no se pierde la serenidad ni la esperanza, aun en medio de la enfermedad, el dolor, la adversidad.
Así pues, si queremos desearle a una persona algo verdaderamente bueno, y para toda la vida, no sólo para el año nuevo, no sólo deseemos, sino pidamos a Dios, que la colme de la gracia y de la paz que sólo Él le puede dar.