Imposibles posibles (cuarta de cuatro partes)
Alejandra María Sosa Elízaga*
Siempre había pensado que lo habían regañado injustamente, hasta que me enteré de la historia completa.
Me refiero a lo que narra la Primera Lectura que se proclama en Misa este Cuarto Domingo de Adviento (ver Is 7, 10-14).
Habla de un tal Ajaz, que cuando Dios lo invitó a pedirle una señal, le respondió “No la pediré. No tentaré al Señor” y recibió por ello un regaño de parte del profeta Isaías.
Si nada más leemos este pedacito, podemos pensar que Ajaz no se merecía ser reprendido, después de todo, no quería ‘tentar a Dios’, es decir, ponerlo ‘a prueba’ pidiéndole una señal.
Tal vez nos viene a la mente esa escena en la que Jesús se queja de la gente de Su tiempo que sólo pide señales (ver Mt 12, 38-39), y pensamos que hizo bien.
Pues ¡nada más lejos de la realidad!
Si situamos este pasaje en su contexto (que es como siempre debíamos hacer con todo texto bíblico), nos damos cuenta de que estábamos muy equivocados pensando que el pobrecito Ajaz había sido inmerecidamente amonestado.
Se trata de un rey que cuando estaba a punto de ser atacado por sus enemigos, recibió un mensaje de Dios: “Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón” (Is 7, 4), y fue exhortaod a confiar en Él: “Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes” (Is 7, 9b).
Pero Ajaz no hizo caso. Se había aliado con quienes según él iban a defenderle, y confiaba en dicha alianza más que en Dios.
Dios le insistió en que confiara en Él, e incluso lo invitó a pedirle una señal que le probara que podía ponerse enteramente en Sus manos.
Fue cuando vino la respuesta de Ajaz: “no la pediré”.
Pero no lo dijo porque no quisiera tentar a Dios, sino porque como de antemano había decidido lo que iba a hacer, y por supuesto lo último que deseaba es que Dios mismo le diera una señal que no le dejara más remedio que hacer algo distinto a lo que tanía planeado.
Ya de por sí era bastante malo que se empeñara en seguir su propia voluntad y no la de Dios, pero todavía empeoró la cosa.
Disfrazó de piedad su necedad, se hizo el ‘bueno’ que no tentaba a Dios pidiéndole una señal, cuando en realidad estaba tentándolo no haciendo lo que Él le pedía.
Si realmente hubiera tenido buena intención, hubiera podido decir que no necesitaba señal y disponerse a hacer lo que Dios le pedía, pero no lo hizo.
Por eso con toda razón, le recriminó el profeta, y por eso sufrió una derrota ignominiosa y total.
Lo curioso es que a pesar de que Ajaz no pidió una señal, Dios se la dio.
Por boca de Isaías le anunció: “He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir ‘Dios-con-nosotros’...”
En uno de sus libros, comentó Benedicto XVI que hay en la Biblia anuncios proféticos que se cumplieron de inmediato, otros que tardaron mucho tiempo en cumplirse, incluso siglos, y otros que todavía están a la espera de su cumplimiento.
La señal anunciada por Isaías no se cumplió en su tiempo, sino siglos después, en la Virgen María, Madre del Dios-con-nosotros (como se ve en el Evangelio de san Mateo que se proclama este domingo; ver Mt 1, 18-24).
De todo lo anterior, podemos obtener, cuando menos, siete enseñanzas:
1. Cuando nos enfrentemos a situaciones que nos atemorizan, como le sucedió a Ajaz (dice poéticamente la Biblia, que cuando se supo que sería atacado, “se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del bosque por el viento”-(Is 7, 2), no nos dejemos dominar por el miedo y la angustia.
Tengamos siempre presente que así como Dios estaba pendiente de Ajaz y le envió un recado tranquilizador, así también está pendiente de nosotros y busca, por todos los medios, colmarnos de Su paz.
2. No caigamos en la tentación de Ajaz, de querer salir adelante por nosotros mismos o, peor aun, haciendo alianzas con el mundo, cediendo a sus demandas, buscando quedar bien con todos menos con Dios.
Tengamos siempre presente lo que dijo Dios a Ajaz, que sin Él no tendría firmeza, y lo que nos dice Jesús a nosotros: “Separados de Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5c).
3. No cometamos el grave error de Ajaz de tomar decisiones sin consultar a Dios, sin preguntarnos qué es lo que Él querría que hiciéramos. Sólo Él, que nos creó, que nos ama y que ve por encima del tiempo y del espacio sabe lo que nos conviene.
4.. Si impulsivamente tomamos una decisión sin considerar la voluntad de Dios, no imitemos a Ajaz en no permitir que Dios nos cambie los planes o nos enmiende el camino.
Aunque nos dé miedo lo que Dios pueda pedirnos, no dejemos de preguntarle, no abandonemos la oración, el diálogo con Él. Sea lo que sea que nos proponga, será siempre lo mejor para nosotros.
5. No imitemos a Ajaz en la hipocresía de disfrazar de buenas nuestras malas intenciones: aparentar que cumplimos la voluntad de Dios cuando en realidad cumplimos la nuestra.
A Dios no lo engañamos. Seamos honestos, con Él, con nosotros mismos y con los demás.
6. No creamos que porque Dios invitó a Ajaz a pedirle una señal, nosotros también debemos estarle pidiendo señales (‘a ver, si existes, haz esto’; ‘a ver, si esto es lo que quieres que haga, que suceda esto otro’).
No nos hacen falta señales.
Ya Dios nos dio la única señal que necesitamos.
7. Regocijémonos de que la señal que Dios prometió a Ajaz, se cumplió ya, hace dos mil años, y sigue vigente para nosotros hoy.
La Virgen ya concibió y ya dio a luz a su Hijo, al Dios-con-nosotros. No tenemos nada que temer.
Está a nuestro lado Aquel que tiene el poder de hacer posible lo imposible.
Como hemos venido viendo en estos domingos de Adviento, con Su gracia es posible transformar las espadas en arados; que un león coma pasto con un buey; que haya torrentes en el páramo sediento; que el desierto se cubra de flores, y que la Virgen haya dado a luz a Jesús.
Él nos libra de las dificultades o nos da la gracia para superarlas. Podemos, sin necesidad de pedirle una señal, cumplir Su voluntad y abandonarnos enteramente a Su Divino cuidado, con la absoluta seguridad de que no quedaremos defraudados.