Imposibles posibles (segunda de cuatro partes)
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Si va ése, yo no voy’; ‘si la invitan, no cuenten conmigo’; ‘uy, ni se te ocurra juntar a ese par si quieres que haya paz’; ‘ni de chiste vayas a permitir que lleguen a coincidir’.
Éstas y otras frases parecidas, lamentablemente resuenan con demasiada frecuencia en esta temporada en la que la familia, los amigos, los colegas, suelen reunirse a comer, cenar o simplemente a compartir un bocadito y darse un abrazo con motivo de la Navidad.
Parece que en las reuniones decembrinas, como en ningunas otras, salen a flote viejos malentendidos y desencuentros, con sus correspondientes enojos y resentimientos.
Y se hace presente también la tentación de alzarse de hombros, cruzarse de brazos, aceptar las cosas como están y resignarse al odio que fulano le tiene a zutano, y a que a mengana se le debe sentar bien lejos de perengana, o volarán las chispas.
Pero entonces llega la Palabra de Dios, oportuna e iluminadora como siempre.
Y en este Segundo Domingo de Adviento, leemos, en la Primera Lectura que se proclama en Misa (ver Is 11, 1-10), que el profeta Isaías anuncia, que habrá un día en que brote “un renuevo del tronco de Jesé”, es decir, un descendiente de Jesé (que era padre del rey David).
Describe Isaías que sobre ese descendiente, se posará el Espíritu del Señor, y menciona algunas de sus características.
Hasta allí, lo que dice resulta admirable y factible.
Y entonces profetiza algo que parecería imposible:
“Habitará el lobo con el cordero; la pantera se echará con el cabrito; el novillo y el león pacerán juntos y un muchachito los apacentará. La vaca pastará con la osa y sus crías vivirán juntas. El león comerá paja con el buey. El niño jugará sobre el agujero de la víbora; la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago...”
Lo leemos y lo volvemos a leer y nos preguntamos: ‘¿quéééé?, ¿leímos bien?, ¿el lobo, en lugar de devorarse al cordero, como es su costumbre, compartirá su ‘habitat’?
¿La pantera en lugar de acabar a dentelladas con el cabrito, (y no sólo ‘cabrito al pastor’, sino con ¡todo y pastor!), se tenderá a descansar tranquilamente junto a él?
¿El novillo no saldrá despavorido, sino se sentará a la mesa, es un decir, con un rugiente felino?
¿Un muchachito se atreverá a conducir a este impensable rebaño, que antes sólo podía convivir en las figuritas de un nacimiento, y éste se dejará apacentar tranquilamente?
¿La osa y la vaca, como dos amigables comadres, comerán pasto mientras cuidan a sus crías?
¿El león volverá a ser vegetariano? (recordemos que al inicio de la Creación, todos lo eran, ver Gen 1, 29-30), y además compartirá su sabrosa paja, nada menos que con un buey, que antes le hubiera parecido un platillo más suculento?
Y para rematar, ¿un pequeño meterá su manita en la madriguera de una culebra, y ésta ni lo picará ni lo morderá?
¿De veras?, ¿es en serio?
Al oír todo esto de seguro más de uno se preguntará si Isaías estaba expresando un bonito anhelo o simplemente soñaba.
Y hay que responder: no era su imaginación, era una visión que el propio Dios le reveló.
Es, como el que vimos el Primer Domingo de Adviento, otro de esos imposibles, que sólo Dios puede hacer posible.
¿Cuándo y cómo podrá cumplirse?
Ahí está el detalle.
La primera parte ya sucedió. Ya brotó ese anunciado renuevo del tronco de Jesé, ese descendiente suyo es Jesús.
La segunda parte se cumplirá a plenitud al final de los tiempos, pero eso no significa que tengamos que sentarnos a esperar que ocurra y no hagamos nada.
Jesús, el anunciado descendiente de Jesé ya nació, y vino a anunciarnos Su Reino de paz, y a darnos Su gracia para poder edificarlo en nuestro mundo, en nuestro corazón.
Ahora depende de nosotros aceptar Su invitación.
Y una manera de aceptarla es haciendo realidad lo que anuncia el profeta, en nuestra familia, en nuestra comunidad.
Considera esto: ¿Qué sucedería si en la reunión de la oficina, la pre-posada, la posada, la cena navideña, la de año nuevo y en todos los festejos que a la gente suele ocurrírsele en estas fechas, das el ‘cambiazo’, y si hay alguien a quien ‘no puedes ver ni en pintura’, si hay alguno al que todos saben que no te lo pueden sentar a menos de tres metros, porque si no lo ahorcas al menos lo matas con la mirada, eso no suceda más?
¿Que a ejemplo de ese león y ese buey (bueno, está bien, tú en el papel de león), y de esa vaca y esa osa (ahí sí, ni a cuál irle), seas capaz de convivir en armonía, en santa paz?
Eso no significa que tengas que dar besos y apapachos a alguien con quien no te llevas, simplemente significa que depongas el odio, el resentimiento, la mala voluntad, y seas capaz de convivir en armonía y tratarle con cordialidad.
Eso no sólo desconcertará a esa persona, y posiblemente la anime a imitarte, lo cual siente las bases para una nueva relación de respeto y amabilidad, sino que va a dar un gran testimonio a los demás que se dirán unos a otros, extrañados: ‘¿quiénes crees que coincidieron en la cena y no ‘armaron panchos’?’, ‘¿¡adivina quién se le sentó cerca y no se cambió ni le puso mala cara?!’
Y qué bueno sería que cuando los demás te preguntaran a qué se debe tu nueva actitud, puedas revelarles que no fue casualidad ni excepción, que fue porque estás quitando de tu corazón todo lo que estorbe para celebrar de verdad al Rey de la paz, que nos la viene a ofrecer, una vez más, en esta Navidad.