Imposibles posibles (primera de cuatro partes)
Alejandra María Sosa Elízaga*
“Porque nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37).
Esta afirmación que hizo el Arcángel Gabriel, viene a la mente una y otra vez cuando leemos los bellísimos textos que la Iglesia nos tiene preparados para disfrutar durante el Adviento, en particular los del profeta Isaías que se proclaman como Primera Lectura durante los cuatro Domingos de Adviento, y en la Misa de Navidad.
Porque dichos textos plantean cosas que para nosotros son imposibles, pero no para Dios.
Empieza el profeta profetizando que un día, pueblos numerosos, de todas las naciones, irán al monte del Señor, para que Él les enseñe Sus caminos. Y a continuación anuncia:
“Forjarán de sus espadas arados, y de sus lanzas podaderas. Ya no levantará la espada nación contra nación, ya no se ejercitarán para la guerra...” (Is 1, 4b).
Cuando leemos esto solemos pensar que se trata de una visión para un futuro que quién sabe cuándo sucederá, pero no deberíamos de desentendernos de ella tan fácilmente, sino tomarla como una invitación.
Sí, ya se sabe que parece imposible que una espada se convierta en arado.
La espada es un arma poderosa, que puede ser letal. Puede ser empleada para herir, cortar, asesinar.
Y, por su parte, el arado es un instrumento que los agricultores usan para hacer surcos en los que luego se puedan sembrar semillas.
Uno sirve para destruir, el otro para crear; uno para terminar, el otro para empezar.
¿Cómo podríamos logar que uno se convierta en el otro?
Si lo entendemos en un sentido espiritual.
Consideremos lo siguiente:
Todos tenemos armas poderosas; capacidades, cualidades, que son neutras, que pueden servir para el bien o para el mal.
Si las usamos para el mal, las convertimos en espadas.
Por ejemplo, nuestra lengua. Puede lastimar, puede acabar a alguien, soltar chismes, rumores, difamaciones, calumnias, injurias, maldiciones.
Por ejemplo, el poder que nos da un puesto en el trabajo, el lugar que ocupamos en la familia, el servicio que prestamos en la iglesia. Puede ser empleado para discriminar, para cometer injusticias, para buscar privilegios, para pasar por encima de los demás.
Por ejemplo, nuestra sensibilidad. Puede servir para que de todo nos ofendamos, nos ‘sintamos’, les hagamos a otros la vida imposible porque nos tienen que tratar con pinzas.
Transformar esas espadas en arado, suena imposible, pero no lo es.
Con la ayuda de Dios pueden dejar de ser medios para destruir y volverse instrumentos para edificar.
Que la lengua sirva para comunicar la Palabra de Dios; para transmitir palabras de aliento, de alegría, de perdón, de esperanza; para comentar siempre lo bueno y no lo malo de los demás.
Que el poder pueda ser empleado para ayudar, para promover a otros, para dar buen ejemplo, para compartir sus beneficios con alguien más.
Que la sensibilidad sea útil para captar lo que sucede a los demás, percibir si están tristes o preocupados, y saberlos confortar, consolar.
Quien tiene una capacidad, tiene siempre la tentación de usarla como espada o convertirla en arado.
En esta primera semana de Adviento, pregúntate qué parte de ti, qué manera de ser, qué característica tuya has estado empleando como espada que ha herido a otros, y pídele a Dios que te ayude a transformarla en arado que le ayude a preparar el terreno en que puedan sembrar y germinar las semillas de Su Reino.