Y nada a media luz
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Y todo a media luz...’
Así decía la letra de un famoso tango que cantaba el no menos famoso Carlos Gardel, a principios del siglo pasado.
Como propuesta romántica, tal vez sea bonito que todo esté medio oscurito (aunque yo tenía un tío que nunca quiso invitar a mi tía a cenar a la luz de las velas porque decía que así no veía si había una mosca en la sopa), pero para poder realizar todo en la vida, hace falta la luz.
También, y sobre todo, en un sentido espiritual.
Dice san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Col 1, 12-20):
“Demos gracias a Dios Padre, porque nos ha hecho capaces de participar en la herencia de Su pueblo santo, en el reino de la luz. Él nos ha liberado del poder de las tinieblas, y nos ha trasladado al Reino de Su Hijo amado”.
Es muy rica la comparación entre la luz y el Reino de Dios, se presta para profundizar y encontrar nuevas vetas para reflexionar.
La luz nos permite ver cómo somos, dónde estamos, a dónde vamos, qué hacemos, y nos permite también ver, conocer y reconocer a los demás.
También el Reino de Dios nos permite ver cómo somos, aprender a vernos como Dios nos ve, con claridad, pero también con misericordia.
Nos permite ubicar dónde estamos, siempre en las manos amorosas de Dios, y a dónde vamos, a contemplar nuestra vida como un camino que nos lleva al encuentro del Señor.
Nos permite valorar lo que hacemos, si contribuye o no a edificar el Reino.
Nos permite ver a los demás como habitantes del mismo Reino.
Dice Pablo que Dios nos “trasladó del poder de las tinieblas”, es decir, nos rescató de la oscuridad, nos libró de ir por la vida sin saber que somos hijos de Dios, sin encontrarle sentido a lo que vivimos, sin darnos cuenta de que quienes nos rodean son nuestros hermanos.
Él ya nos trasladó a la luz, nos toca ahora a nosotros aprovecharla, y no añorar ni regresar a las tinieblas.
Tampoco tratar de armonizar la luz con la oscuridad, tener un poquito de cada una, pasar de una a otra como nos convenga, vivir, como cantaba Gardel, ‘a media luz’, dejarnos seducir por el mundo que nos ofrece toda clase de luces falsas, nos anima a aceptar las tinieblas, y nos quiere convencer de que es luz lo que en realidad es oscuridad.
En este domingo en que concluye el año litúrgico con la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, recordemos que Él afirmó: “Yo soy la Luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12), y pidámosle a nuestro rey Jesús que nos ilumine con Su amor, alumbre nuestros pasos con Su Palabra, nos encienda por dentro en cada Eucaristía, y nos ayude a elegir sólo aquello que nos permita edificar y habitar Su Reino de luz.