El Purgatorio, ¿invento o realidad?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Cuando alguien muere, quienes van a dar el pésame a los deudos, suelen decirles, para consolarlos, que su difunto: ‘ya está en el cielo’, pero eso en realidad no pueden afirmarlo. Fuera de los santos, de los que consta porque Dios concede milagros por su intercesión para confirmarlo, de nadie podemos asegurar que esté en el cielo.
‘¡Pero si era re buena gente el difuntito, cómo no va a estar en el cielo!’, dirá alguno.
A ello cabe responder dos cosas: La primera, es que no podemos juzgar sólo por apariencias.
Nosotros nada más vemos lo de afuera, pero el Señor conoce el interior.
Nosotros vemos las obras de alguien y pensamos que de seguro se fue al cielo sin tocar barandas, pero Dios, que ve los sentimientos, apegos y pecados más ocultos, puede considerar que esa persona todavía tiene mucho que purificar.
La segunda es que no basta ser ‘buena gente’ para entrar al cielo, ¡hay que ser santo!
Y es que no es cualquier cosa poder disfrutar para toda la eternidad la felicidad plena, en presencia de Dios, en compañía de María, y de todos los santos y santas!, ¡no podemos acceder así como así a semejante premio y compañía!
Al igual que en aquella parábola que contó Jesús, del rey que invitó a todos a su banquete, pero corrió al que no llevaba traje de fiesta (ver Mt 22, 1-14), así también al cielo no será admitida el alma todavía imperfecta.
Y si alguien plantea desconcertado: ‘¿cómo que no todos vamos a ir al cielo? ¡Pero si Dios es muuuuuy misericordioso!’ Hay que contestarle: Sí, pero también es Justo. Y aunque, como dice la Primera Lectura del domingo pasado, Él aparenta “no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse” (Sab 11, 23), llegará el día en que juzgue a cada uno “según sus obras” (Rom 2, 6).
La Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver 2Mac 7, 1-2.9-14), el Salmo (del Sal 17), y el Evangelio (ver Lc 20, 27-38), nos dan la certeza de que resucitaremos, pero no nos dan la certeza de que iremos al cielo.
Cuando muramos tendremos que enfrentar el juicio de Dios, tras lo cual habrá tres posibilidades:
En el caso excepcional de quien muera en estado de gracia, y habiendo purificado en este mundo lo que tuviera que purificar, su alma irá derechito al cielo. Sucedió con Juan Pablo II y Teresa de Calcuta.
En el extremo opuesto, está el otro caso, que ojalá fueran también excepcional, de quien estando en pecado mortal (falta grave que se comete con pleno conocimiento y pleno consentimiento), muera sin arrepentirse ni reconciliarse con Dios.
Él no lo obligará a pasar la eternidad en Su compañía. Irá a la condenación eterna, a la más espantosa soledad y tiniebla.
Pero en medio hay una tercera posibilidad: la de quien muera en amistad con Dios, pero todavía con apegos e imperfecciones que deba purificar, y culpas que deba expiar. Su alma pasará por el ‘Purgatorio’, que no es propiamente un lugar, sino un proceso, que la preparará para poder entrar el cielo.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la existencia del Purgatorio es una ‘verdad de fe’ revelada por el Espíritu Santo y sustentada en la Sagrada Escritura (ver 2Mac 12,46; Mt 5, 25- 26; 1Cor 3,15; 1Pe 1,7), de la que, como católicos, no podemos dudar (ver C.E.C. #1030 - 1032).
A muchos santos y santas se les ha concedido ver en visión el Purgatorio, y dicen que aunque allí las almas gozan sabiendo que irán al cielo (pasaron, como dicen los estudiantes ‘de panzazo’), sufren mucho porque ya quisieran ver a Dios.
Por sí mismas no pueden salir, pero nosotros sí podemos ayudarlas, orando por ellas y ofreciendo Misas, indulgencias, Rosarios. De hecho, la Iglesia dedica todo el mes de noviembre a orar por las ánimas del Purgatorio.
Su purificación se parece a lo que sucede cuando un artesano acrisola un metal precioso al fuego. Se mantiene al pendiente, y sabe que está listo cuando puede verse reflejado en éste.
Así pasa con las almas del Purgatorio. Aquel que a Su imagen y semejanza las ha creado, las acrisola allí, hasta que recuperan su pureza y puede verse en ellas reflejado.