Promesa de justicia
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿No te enoja que a gente que hace mal le vaya bien?
Hay algo particularmente indignante en ver que políticos corruptos o delincuentes o simplemente compañeros de trabajo, o conocidos o familiares, dañan a otras personas, y viven felices, sin recibir lo que consideramos que sería ‘su merecido’.
Pero ¿es realmente así?
¿De veras viven felices y de veras no reciben ‘su merecido’?
Esta doble pregunta merece una doble respuesta.
En primer lugar, hay que dejar de pensar que a alguien ‘le va bien’ o es ‘feliz’ sólo porque tiene dinero, poder o fama, o aparentemente ‘se sale con la suya’.
Recuerdo que en una ocasión en Misa, al inicio de la Oración Universal, el padre nos dijo: ‘vamos a orar por los que más sufren’.
Y yo de inmediato incliné la cabeza, cerré los ojos y pedí por los desempleados, migrantes, enfermos, ancianos abandonados, niños explotados, etc. etc. y no acababa de seguir con mi lista de sufrientes, cuando el padre aclaró a quién se refería.
Dijo: ‘vamos a orar por los terroristas, los narcotraficantes, los asesinos, los ladrones, los secuestradores...’
Yo me quedé: ¿quééééé?, ¿qué no dijo ‘por los que sufren’? Pero enseguida capté que ¡tenía mucha razón!
Los que hacen el mal, sufren. No son felices. No pueden serlo, porque están yendo a contrapelo de la vocación de amar a la que Dios llama a todo ser humano.
Fuimos creados con amor y para el amor.
Quienes viven en el odio, llenos de rencor, metidos en la violencia, temerosos de ser asesinados, enfocados sólo a lo inmediato y a lo material, no viven bien ni son felices.
Cuando uno lee historias de delincuentes que han tenido una conversión, se da cuenta de que en todas ellas hay un elemento común: la persona tenía todo lo que pensaba que podía desear: poder, dinero, juventud, salud, etc. pero sentía un espantoso vacío interior que no se llenaba con nada.
Quien no tiene a Dios en su vida, vive con un enorme hueco en el alma, una inquietud que no lo deja estar en paz, se la pasa buscando algo que lo sacie y nunca lo encuentra.
Así que ya podemos dejar de decir que al que hace mal le va bien, no es así.
Y en segundo lugar, tampoco podemos pensar que el que hace mal se saldrá con la suya.
En la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Hab 1, 2-3; 2, 2-4), el profeta Habacuc lanza a Dios un reclamo que parece haber sido escrito hoy:
“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes”
Son palabras que podríamos haber dicho nosotros, porque actualmente está sucediendo lo mismo que dice ahí, y también nos impacienta y desespera que aparentemente Dios no haga nada al respecto, que los que cometen la maldad vivan en la impunidad.
Pero, ¿qué es lo que responde Dios?
Le pide al profeta que anote con claridad una visión que le anunciará.
Le dice que es algo lejana, pero que “viene corriendo y no fallará”.
Y entonces le suelta esta frase:
“El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe.”
¡Vaya, qué bueno! ¡Dios Promete que un día los malvados recibirán su merecido!
Nos alegra saber que ninguna maldad quedará impune, que se hará justicia.
Pero, ¡cuidado con cómo reaccionamos al escuchar esto!
No caigamos en la tentación de celebrar pensando que los malvados son los otros.
¡Tal vez podemos entrar en esta categoría!
Pide san Pablo que nadie se crea seguro: “el que cree estar de pie, que se cuide de no caer” (1 Cor 10,12).
Nos gusta reclamarle a Dios por los males que causan otros en el mundo, pero ¿y qué tal si otros le reclaman por los que causamos nosotros?
Nuestro egoísmo, el rencor, indiferencia hacia los demás, y ahora hasta los ‘pecados ecológicos’ que ha mencionado el Papa Francisco, pueden hacernos merecedores del papel de malvados.
Así que no estemos tan confiados.
Pero tampoco nos desanimemos.
La promesa tiene segunda parte: “el justo vivirá por su fe”.
¿Qué significa eso? Que el que viva procurando cumplir la voluntad de Dios, el que procure vivir diciendo sí a lo que Dios le pide (que finalmente en eso consiste tener fe, no sólo en creer en Él, sino en decirle sí), tendrá vida, es decir, no sucumbirá.
Ante los males que aquejan el mundo, y ante la promesa de Dios de que hará justicia, nos toca tirar la lupa con la que examinamos a los demás, y tomar el espejo para conocer cómo somos y cómo nos ven los demás; dejar de buscar culpables y de señalar a otros como ‘malvados’, y volver la mirada hacia nosotros mismos, y prepararnos, esforzándonos en vivir con fidelidad, es decir, de la mano de Dios y cumpliendo en todo Su voluntad.