y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Gratuidad

Alejandra María Sosa Elízaga*

Gratuidad

“Nada viene de nada, jamás nada podría venir de nada. Así que en mi juventud o infancia, debo haber hecho algo bueno.”

Así decía una canción que entonaba alternada y almibaradamente la pareja romántica de ‘La Novicia Rebelde’, un clásico de Hollywood que en ciertas partes, como ésta, demuestra que los encargados de escribir los guiones, o en este caso las canciones, no tenían ni idea de lo que personajes supuestamente católicos podrían o no afirmar.

La frase daba a entender que el bien de que gozaban ese día, se debía a que antes habían hecho algo bueno, es decir, era una especie de recompensa.

Pero eso, además de no ser cierto, no es católico.

Es más bien un concepto de quienes creen que existe lo que llaman ‘karma’, un esotérico boomerang que te regresa, y con creces, el bien o el mal que has hecho.

Pero eso no existe.

Una y otra vez comprobamos que en esta vida, suceden cosas buenas y malas a malos y buenos por igual, y cuando recibimos algo bueno, no se debe a que hayamos acumulado suficientes ‘pilones celestiales’ en la infancia o en la juventud, sino que es un don gratuito que Dios nos da sin que lo hayamos ganado.

Ahí tenemos el ejemplo de san Pablo, como lo atestigua él mismo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Tim 1 12-17).

Reconoce que fue blasfemo y persiguió a la Iglesia con violencia.

Con semejante ‘curriculum’, ¿qué hubiera merecido?, ¿que bajara fuego del cielo y lo achicharrara? Pues le sucedió ¡lo que menos hubiera, hubiéramos, esperado!

Afirma el Apóstol que “Dios tuvo misericordia” de él, lo consideró “digno de confianza”, lo puso “a Su servicio”, desbordó sobre él Su gracia, y le dio “la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús”.

¡Qué maravilla la gratuidad de Dios que derrama en nosotros Sus dones sin que los merezcamos!

Si sólo le ocurrieran cosas buenas a los que se portan bien, nos veríamos obligados a ser buenos, no tendríamos libertad.

Y si sólo a los que tuvieran un pasado intachable les sucedieran cosas buenas, Jesús nunca hubiera llamado a Mateo cuando éste estaba cobrando injustos impuestos a sus conciudadanos; nunca hubiera ido a comer a casa de Saqueo, que a quién sabe cuánta gente había defraudado; nunca hubiera dejado que María Magdalena, de la que expulsó siete demonios, fuera la primera en verlo resucitado y dar testimonio a sus hermanos, y hoy en día, todos los que hicimos alguna vez algo de lo que nos arrepentimos o avergonzamos, nos sentiríamos irremediablemente desesperanzados.

Pero Dios no revisa nuestro ‘historial’ para decidir si somos o no dignos de recibir Sus dones, los derrama sobre nosotros con incontenible generosidad.

Cuántas veces nos ha sucedido que hemos hecho algo que no debíamos, y en ese mismo instante nos ha sucedido algo que es muestra del incondicional amor de Dios.

Ni nuestro pasado nos descalifica ni nuestros méritos nos califican, todo lo recibimos de Dios gratuitamente.

Ello no significa que para Él no cuente lo que hicimos o hacemos. 

Una y otra vez leemos en los Evangelios que el Señor espera de nosotros obras, pero no porque éstas nos ganen Su favor o nos aseguren la salvación, nada de lo que pudiéramos hacer nos obtendría tan grande don, sino porque con nuestras obras le mostramos que amoldamos nuestra voluntad a la Suya, que queremos vivir como nos lo pide, que abrimos nuestro corazón para recibir el regalo inestimable e inmerecido de Su amor y salvación.

Publicado en la pag web y de facebook de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México; en la de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), y en la de Ediciones 72.