Vacío lleno
Aljejandra María Sosa Elízaga*
Decía san Agustín: ‘Señor, Tú aligeras todo lo que tocas, pero como yo estoy lleno de mí, soy una carga para mí mismo’.
Recordaba estas palabras del santo, al leer, en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Sab 9, 13-19), que nuestro cuerpo corruptible hace pesada nuestra alma.
¿Por qué sucede eso?
Porque Dios nos creó con un hueco en el alma que sólo Él puede llenar, pero suele suceder que percibimos ese hueco, y tratamos de llenarlo con cosas, pensando en que una vez que esté repleto seremos felices.
Y así, vamos por la vida buscando llenarnos, sea de cosas materiales (‘si sólo tuviera coche, sería feliz’; ‘si pudiera conseguir la casa de mis sueños, sería feliz’, ‘si tuviera tanto en el banco, sería feliz’), o de otro tipo (‘si sólo tuviera pareja, sería feliz’, ‘si sólo ocupara ese puesto, sería feliz’, ‘si me reconocieran este logro, sería feliz’), pero todas esas cosas no sacian el vacío de nuestra alma, sólo nos la hacen más y más pesada.
Sólo Dios puede aligerarnos.
¿Cómo lo hace? Mediante uno de los dones del Espíritu Santo, el don de sabiduría, que no consiste en saber mucho, sino en saber elegir lo mejor, lo perfecto, lo que agrada a Dios.
Es un don que nos ayuda a preferir los caminos de Dios a los nuestros, nos ayuda a vaciarnos de todo lo que nos hace pesada el alma, y dejarla disponible para que Él pueda llenarla.
Hay una anécdota de un joven que fue a consultar a un anciano monje que tenía el don de leer las conciencias, pero iba prejuiciado, convencido de que ese anciano no le diría nada que valiera la pena. Lo encontró sentado en el claustro de su monasterio, tomando un vaso de agua.
El monje lo invitó a sentarse y le preguntó si quería beber agua.
El joven dijo que sí, el monje tomó la jarra y empezó a servir el vaso, pero no se detuvo cuando éste se llenó, sino que siguió sirviendo, aunque el agua se derramaba.
El joven se puso nervioso pensando que el monje estaba ciego o loco, y, exasperado, le gritó: ‘¡¿por qué sigue sirviendo?, ¿qué no ve que ya no le cabe nada?!’
El monje, sin inmutarse, dejó la jarra en la mesa, lo miró y le dijo: ‘así como a este vaso ya no le cabe nada, así a ti tampoco, porque has venido a verme lleno de tus propias ideas y prejuicios, y no abierto a aprender lo que yo pueda enseñarte acerca de Dios’.
El Señor necesita que nos vaciemos de todo lo que nos impida abrirnos a Su presencia, a Su amor, a los abundantísimos dones con que quiere colmarnos.
Es también el tema del Evangelio dominical (ver Lc 14, 25-33). Jesús nos invita a comprender que para ser dignos discípulos Suyos, no hemos de preferirlo todo por encima de Él, sino que hemos de preferirlo a Él por encima de todo.