El instructivo
Alejandra María Sosa Elízaga*
Te regalan un aparato maravilloso, extraordinario, carísimo, súper sofisticado, único en su tipo.
Elige la opción que mejor exprese lo que haces con el instructivo que explica cómo mantener dicho aparato en óptimo funcionamiento:
a) Te gustaría leer las instrucciones, pero no lo haces porque supones que son demasiado complicadas y de seguro no las entenderías.
b) Nunca acostumbras leer las instrucciones, qué flojera.
c) No lees las instrucciones porque consideras que tú puedes descubrir sin ayuda cómo mantener funcionando el aparato.
d) Lees las instrucciones por curiosidad, pero no les haces caso.
e) Lees las instrucciones y las memorizas para poder presumir de que las sabes, pero no las sigues.
f) Lees las instrucciones y haces exactamente lo opuesto a lo que recomiendan.
g) ¿Instructivo?, ¿había un instructivo? ¡Ah!, ha de haber sido ese papel que se fue a la basura con todo y la caja y los empaques.
Ojalá no hayas elegido ninguna opción, ojalá te parezcan absurdas, porque ¡lo son!
¿Quién en su sano juicio se arriesgaría a echar a perder un súper aparato, por no prestarle atención a las indicaciones sobre su adecuado funcionamiento?
¿Quién querría que por su culpa quede sin efecto la garantía, o tener que llevarlo a componer de una falla que no hubiera sucedido de haber leído el instructivo?
Y si no hubiera que ir a traer éste de muy lejos, hasta la fábrica, sino viniera pegado al aparato; impreso en letra grande, y con explicaciones tan claras que hasta un niño pudiera comprenderlas, ¿qué pretexto habría para no prestarle atención?
Ninguno ¿no? Sería tonto no hacerlo.
La misma respuesta cabría dar si se aplicara este ejemplo a nuestra vida de fe.
Si lo del instructivo se refiriera a los mandamientos que Dios nos ha dado para que funcionemos bien, para que no nos descompongamos, tendríamos que admitir que hay demasiada gente que sí elige las opciones propuestas arriba, en el cuestionario.
Hay demasiada gente que querría conocer a Dios, pero cree que es complicado y requeriría de ella algo que no se siente capaz de dar; o que le da flojera leer la Palabra de Dios; o que se siente autosuficiente y piensa que no necesita de Él, que por sí misma puede salir adelante en la vida; o que alguna vez le ha dado una hojeada superficial a la Biblia, pero sin dejarse mover por lo que dice; o que se conforma con citar de memoria los mandamientos, no ignorarlos a nivel intelectual, pero sí a nivel práctico; o que conociéndolos, vive haciendo lo contrario a lo que piden, o que trata lo referente a la fe como basura que se ha de desechar sin miramientos.
Y así como es una pena que por no seguir las instrucciones del fabricante, alguien eche a perder un excelente aparato que estaba destinado a funcionar maravillosamente, es una pena que por vivir a contracorriente de las indicaciones de su Creador, que le pide amar, perdonar, decir la verdad, practicar la justicia, la comprensión, la solidaridad, no robar, no matar, tanta gente viva descomponiéndose, infeliz, sin alcanzar jamás su potencial.
Y eso que no tienen que ir lejos a buscar el divino instructivo, ni está éste fuera de su alcance o comprensión:
En la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Dt 30, 10-14), dice Moisés, refiriéndose a los mandamientos de Dios, que no son superiores a nuestras fuerzas, ni están tan lejos que tuviéramos que preguntarnos quién podría ir a traérnoslos para poder escucharlos y cumplirlos.
Afirma que están muy a nuestro alcance, en nuestra boca, en nuestro corazón.
No hay pretexto para no hacerles caso, sobre todo porque ignorarlos entraña un gran riesgo, no sólo el de no funcionar bien y desperdiciar o dejar sin efecto la garantía, esa ayuda gratuita, oportuna y eficaz, que nuestro Fabricante nos ofrece constantemente para reparar nuestras pequeñas averías, restaurarnos y reorientarnos al buen camino, sino llegar a sufrir una descompostura fatal que no tenga remedio, y terminar en un lugar muy similar a ese patético deshuesadero a donde van a parar los aparatos que con todo y su tecnología sofisticada, ya no sirven para nada.