Cruz y gloria
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si te pidieran que mencionaras algo de lo que te enorgulleces, ¿mencionarías tus fracasos?
Probablemente no.
Solemos pensar que nada más podemos presumir de nuestros triunfos, o de lo que resultó como queríamos, o de lo que es tenido por admirable según los criterios del mundo.
Y si hay algo en nuestra vida que pueda ser considerado falla, error, un hecho despreciable a los ojos de los demás, no queremos recordarlo, y mucho menos mencionarlo.
Por eso llama la atención lo que afirma san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Gal 6, 14-18):
“No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
La muerte en la cruz no sólo era la más dolorosa, sino la más vergonzosa, destinada para los peores delincuentes y asesinos, una especie de ‘silla eléctrica’ o ‘inyección letal’ de nuestro tiempo.
¿Cómo puede alguien declarar que se gloría en que alguien a quien ama y sigue haya padecido semejante suplicio?
Además, el que Jesús muriera crucificado, pareció un rotundo fracaso que decepcionó a muchos que pensaron, decepcionados; que si Él en verdad hubiera sido el Mesías, no lo hubieran rechazado los dirigentes de su pueblo, ni lo hubieran condenado a sufrir una muerte tan infame.
Así que las palabras de san Pablo pueden desconcertar a muchos.
De entrada, tal vez haya quienes se pregunten si decir que se ‘gloría’, no está mal, si no es pecar de orgullo.
Y podría serlo, si se refiriera a algún mérito propio, pero en este caso no está refiriéndose a sí mismo, sino a un don que recibió, y que recibimos todos gratuitamente, cuando no sólo no teníamos ningún mérito, sino todo lo contrario, mucho de qué avergonzarnos:
“La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros...
nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación” (Rom 5, 8.11).
Y por otra parte hay quienes se preguntan si no resulta extraño, por no decir absurdo y aun macabro, eso de gloriarse, es decir, regocijarse y enorgullecerse, de una cruz.
Muchos hermanos separados critican a los católicos porque traen una cruz colgada al cuello o la ponen en la pared de su casa, dicen que es una locura, que es celebrar un instrumento de tortura.
Cabe responder que están en un error.
Cuando san Pablo habla de la cruz, no se refiere sólo al madero en sí, sino a lo que significa que Jesús haya sido clavado en él, algo que sí que es motivo para gloriarse.
Veamos al menos cuatro ejemplos de lo que implica la cruz de Cristo:
1. Implica que Dios nos ama tanto, que cuando lo defraudamos cayendo en el pecado, en lugar de borrarnos de la faz de la tierra, envió a Su Hijo a salvarnos.
“Tanto amó Dios al mundo que dio a Su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. (Jn 3, 16-17).
“Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, por gracia habéis sido salvados.” (Ef 2, 4-5).
2. Implica que Jesús nos ama tanto que aceptó libremente morir en la cruz con tal de rescatarnos del pecado y de la muerte.
Cada uno puede decir, como san Pablo: “Me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. (Gal 2, 20).
3. Implica que en la cruz, Jesús pagó por nuestros pecados, algo que nunca hubiéramos podido hacer por nosotros mismos, y nos abrió el camino hacia la salvación.
Jesús “ nos perdonó todos nuestros delitos... Canceló la nota de cargo que había contra nosotros...y la suprimió clavándola en la cruz.” (Col 2, 16).
4. Implica que en la cruz Jesús asumió no sólo nuestros pecados, sino nuestros sufrimientos y temores, todo lo más negro de nuestra realidad humana, y lo redimió.
“Él soportó el castigo que nos trae la paz, por Sus llagas, hemos sido curados” (Is 53, 5).
Y por eso, si unimos nuestros sufrimientos a los suyos, dejamos de sufrir sin sentido, les hallamos sentido redentor, propósito y esperanza.
Recordemos que cuando Jesús Resucitado se les aparece a Sus apóstoles, les desea la paz y les muestra las señales de la crucifixión (ver Jn 20, 19-20).
Es que gracias a la cruz, nada puede robarnos la paz, ni la enfermedad, ni la dificultad, ni la pérdida de seres queridos. Tenemos la garantía de que lo que sea que nos toque sufrir, Él lo ha sufrido antes por nosotros, y nos acompaña y sostiene.
Podemos decir, como san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece”. (Flp 4, 13).
Está visto: ni san Pablo desvaría, ni nosotros tampoco, al gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.