Sin mirar atrás
Alejandra María Sosa Elízaga*
El niño pedaleaba su triciclo mirando a su mamá, que se iba quedando atrás, y que le hacía señas, él pensaba que para saludarlo, pero no, no era para eso, sino para advertirle que iba derechito a estamparse contra un árbol, y sí, en efecto se estampó y pegó tremendo chillido.
Es mala idea ir hacia adelante mirando hacia atrás.
Sobre todo en la vida espiritual.
Mirar atrás en un sentido espiritual puede interpretarse como volver la mirada a situaciones o acciones pecaminosas en las que participaste en el pasado, que te daban momentáneo placer, y que por ser incompatibles con tu fe cristiana tuviste que dejar, pero que sigues recordando con cierta nostalgia y a las que sientes la tentación de regresar.
No en balde, en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Gal 5, 1.13-18), dice san Pablo: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad, y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.” (Gal 5, 1).
Mirar atrás también puede implicar seguirte atormentando por pecados cometidos que ya confesaste, y que Dios ya te perdonó, pero que tú no te perdonas.
O quizá es aferrarte a lo que te da seguridad, lo conocido, lo que siempre has vivido, tener temor de lo que pueda estar adelante, lo desconocido, lo que no dominas.
En todo caso, quien quiere caminar mirando hacia atrás corre el riesgo de desviarse de la senda por la que debe ir y terminar estrellándose como el niño del triciclo.
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 9, 51-62), Jesús dice que “el que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9, 62).
Para pertenecer al Reino hay que tener la osadía de aceptar la invitación de Jesús a seguirlo, aunque no siempre nos diga a dónde, cómo, cuándo o por qué, y no volver la cabeza pensando en lo que se deja, en lo que se pierde, en aquello a lo que se renuncia, porque lo que se obtiene, lo que se gana, es ¡infinitamente superior!
Ahí tenemos el ejemplo que se nos ofrece en la Primera Lectura (ver 1Re 19, 16.19-21), Cuando el profeta Elías llama a Eliseo a ser su sucesor, éste estaba arando con una yunta de bueyes, y ¿qué fue lo que hizo? Usó la yunta para hacer una fogata, con los bueyes hizo un asado que repartió a su gente y se fue con Elías. Versión ganadera de ‘quemar las naves’, que muestra que Eliseo estaba rotundamente decidido no sólo a no mirar, sino a no volver hacia atrás, lo que le permitió ir seguir la nueva vocación a la que Dios lo llamaba.
En este decimotercer domingo del Tiempo Ordinario, quedamos invitados a preguntarnos si vamos por la vida como quien conduce en reversa y en sentido contrario, mirando sólo por el espejo retrovisor, o estamos yendo realmente hacia adelante, hacia la meta a la que nos llama y acompaña el Señor.