¿Tienes sed?
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Qué es lo mejor para calmar la sed?
Mucha gente consideraría tonta la pregunta porque le parecería obvia la respuesta: lo mejor para calmar la sed es beber agua sola, natural.
Refrescos, jugos, malteadas, alcohol y otras bebidas preparadas, no sólo suelen provocar más sed, sino que contienen ingredientes que pueden afectar la salud.
Entonces, ¿por qué la gente los toma? Porque vienen en empaques y colores llamativos, saben rico y, sobre todo, han recibido muchísima publicidad.
En los anuncios salen personas empinándose un refresco frío y haciendo un satisfecho‘¡aahhh!!’ al final, que mueve a muchos a correr a la cocina o a la tiendita de la esquina en busca de uno igual.
Incluso se llegó, hace años, al colmo de anunciar que había que meter cierto pastelito al congelador y comerlo ‘bien frío’, para ‘refrescarse’. Un cuento que muchos creyeron (yo no, ¿eh?, yo nada más lo metí al congelador por solidaridad con los que se lo creyeron...).
Si dejamos que los empresarios, los comerciantes, los publicistas, nos digan con qué hemos de saciar nuestra sed, nos arriesgamos a que ésta no sólo no se nos quite, sino aumente.
Y lo que aplica para la sed física, aplica también para la espiritual.
En el Salmo Responsorial que se proclama este domingo en Misa (Sal 62 en la liturgia, 63 en la Biblia), el estribillo reza: “Señor, mi alma tiene sed de Ti”.
Decía san Agustín que Dios nos creó para Él y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Él.
Relacionando esto con lo que plantea el salmista, podría decirse que Dios nos creó con sed de Él, y esa sed no se nos quita hasta que no la sacia Él.
Qué maravilla que el salmista identifica que la sed que tiene, es sed de Dios, porque eso hace que busque saciarla acercándose a Él:
“Señor, Tu eres mi Dios, a Ti te busco;
de Ti sedienta está mi alma.
Señor, todo mi ser Te añora
como el suelo reseco añora el agua”
Qué diferencia con quienes al sentir ese anhelo, esa nostalgia de algo infinito que no saben expresar con palabras, en lugar de encaminarse a Dios, intentan llenar ese hueco que sienten en el alma, intentan saciar su sed en lo que los deja más vacíos y sedientos.
Y es que la sed de Dios sólo puede saciarla Dios. Acercarse a Él, dedicarle tiempo, adorarlo, platicarle, escucharlo, pedirle perdón, permitirle acompañarte, ser consciente de Su presencia a lo largo de toda tu jornada.
Por eso es vital que reconozcas no sólo que tienes sed, sino de qué tienes sed.
¿Tienes sed de amor? No la quieras saciar con los remedos que ofrece el mundo, relaciones estériles, superficiales, pasajeras. Acércate a Dios, déjate amar por Él. Dedica tiempo a dialogar con Él, a ir a verlo y adorarlo. Nadie puede amarte con un amor como el Suyo, infinito, incondicional, total.
¿Tienes sed de recibir luz, guía, consuelo, buen consejo?
No la quieras saciar con los ridículos consejos del horóscopo, libritos esotéricos de auto ayuda, o gurús de falsa espiritualidad.
Lee y reflexiona la Palabra de Dios.
Sólo ella puede conducirte por donde necesitas ir.
Sólo en ella puedes hallar lo que te hace falta escuchar.
Solo ella puede ser verdadera lámpara para tus pasos y luz en tu sendero.
¿Tienes sed de nutrir de veras tu alma?
No la quieras saciar llenándote de lo que ofrece el mundo: cosas, alcohol, drogas, placeres efímeros que te dejan vacío.
Participa con gozo y devoción en la Misa, y, si puedes, recibe a Jesús en la Eucaristía.
Él se te ofrece como verdadera comida y verdadera bebida que te fortalece para vivir como Él te pide.
¿Tienes sed de ser feliz?
No la quieras saciar como propone el mundo: buscando primero tu propio bien, tu propio placer, anteponiendo egoístamente tus intereses a los de los demás.
Acepta la invitación de Jesús de edificar el Reino del amor, del perdón, de la verdad, de la justicia, de la solidaridad, de la misericordia, de la fraternidad...
Permítete comprobar que hay más alegría en dar que en recibir.
¿De qué tienes sed?
Identifícalo y si descubres que has estado queriendo saciarla en fuentes secas, tal vez puedas decirle así al Señor:
“Me construí cisternas agrietadas
y tengo el alma en sequía.
Haz que la sed me alumbre
hasta Tu manantial”.*
*(del libro ‘Camino de la Cruz a la Vida’ de Alejandra Ma. Sosa E. Ediciones 72, México, p.85).