Oír para hablar
Alejandra María Sosa Elízaga*
“El Señor me ha dado una lengua experta”
¿Qué significa esta afirmación del profeta Isaías, en la Primera Lectura que se proclama en Misa este Domingo de Ramos (ver Is 50, 4-7), ¿en qué consiste eso de tener una lengua experta?
El propio profeta lo aclara enseguida, cuando dice que el Señor le ha dado “lengua experta para confortar al abatido con palabras de aliento”.
Es decir, que lo de la ‘lengua experta’ se refiere sobre todo a saber qué palabras usar para consolar a los desanimados, para ayudar a los demás.
Y tal vez alguno se pregunte, ¿y cómo se consigue la ‘lengua experta’?
Al parecer, el profeta lo va a revelar en el siguiente párrafo, que empieza contando: “Mañana tras mañana, el Señor...” y uno supone que va a decir: ‘mañana tras mañana, el Señor me hace practicar mis discursos’, o ‘mañana tras mañana me hace hablar y hablar para perfeccionar mi oratoria’, o algo semejante.
Pero no dice nada de eso.
Dice: “Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo”.
¡Quién lo hubiera imaginado! Resulta que para saber hablar, no se necesita lanzarse a hablar, sino todo lo contrario, no decir nada.
Pero ojo, no para sumirse en un mutismo estéril, ni perderse en un vacío sin sentido, sino para sensibilizarse a escuchar a Dios, que habla a través de Su Palabra, y también a través de las personas y acontecimientos de la propia historia.
Sólo quien escucha a Dios, puede conocerlo; sólo quien habla con Él, puede hablar de Él.
La oración no puede consistir solamente en hablar, hablar y hablar, sino también en escuchar, prestar atención a lo que Dios quiera comunicar.
Y para eso, hay que aprender a callar.
Hay que tener oído de discípulo, para tener una lengua capaz de confortar al abatido.
Quien tiene oído de discípulo, no habla lo que se le ocurre, no se atiene a sus propias intuiciones, siempre limitadas, sino a lo que Dios le hace oír.
Puede consolar a otros con el consuelo con que es consolado (ver 2Cor 1, 3-4).
No en balde en este Año Santo, el Papa Francisco nos invita a escuchar la Palabra de Dios, como condición indispensable para conocer y dar a conocer la misericordia divina.
Y es interesante hacer notar, que lo que pasa con relación al Señor, también sucede con relación a otras personas: Quien aprende a callar para dejar hablar a Dios, también aprende a callar para dejar hablar a los demás.
El otro día en un retiro, el padre que lo impartió nos invitaba a examinar si nuestros prejuicios o nuestras intuiciones nos impiden escuchar a los demás.
Una pregunta muy importante, porque suele suceder que sin conocer a los otros, adelantamos juicios, los consideramos indignos de nuestra atención y ya no prestamos oído a lo que dicen; o bien, nos vamos al otro extremo, pensamos que los conocemos tan bien, que creemos saber lo que van a decir, los interrumpimos y no los dejamos terminar.
Conviene imitar a san Francisco de Sales, que cuando los demás hablaban sabía guardar silencio, y explicaba: ‘yo ya sé lo que voy a decir, pero no lo que dirá el otro, y es lo que me interesa oír’.
El Papa Francisco acuñó en México un término muy rico: la ‘orejaterapia’, que consiste en dedicar tiempo a escuchar a los demás hablar, darles oportunidad para expresar lo que trae en el corazón.
Ahora que entramos al umbral de la Semana Santa, pidámosle al Señor que como hizo con Isaías, despierte nuestro oído, para que sepamos captar cómo nos va a hablar a través de todo lo que escucharemos y viviremos en estos días, y nos dé lengua experta, para poder compartir, comunicar la Palabra de Dios, fuente de todo consuelo para nosotros y para los demás.