Reconciliación
Alejandra María Sosa Elízaga*
En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”.
¿Qué significa esta petición de san Pablo, contenida en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este Cuatro Domingo de Cuaresma?
Vale la pena reflexionarlo, y para ello quisiera partir la frase en tres partes y comenzar de atrás para adelante:
RECONCILIAR CON DIOS
Esta invitación tiene al menos dos implicaciones:
La primera, es que es para todos. No aclara que sólo se dirige a los que se sienten pecadores, ni se ve por ningún lado en letritas chiquitas: ‘se aplican restricciones’.
Y la segunda, es que es no es opcional, es algo que hay que hacer.
Es que nadie en este mundo puede afirmar que no tiene pecados, que no ha fallado en dejarse amar por Dios y amar como Él le ama. Todos caemos, nos quedamos siempre cortos; fallamos.
QUE SE DEJEN
Hay que notar que san Pablo no dice: ‘que se reconcilien con Dios’, sino “que se dejen reconciliar con Dios”.
Cabe entender que nos pide que nos dejemos ayudar a reconciliarnos con Dios.
Y ¿quiénes pueden ayudarnos? Los confesores.
Si leemos unos renglones antes el texto bíblico, dice el Apóstol que Dios les “confirió el ministerio de la reconciliación”, es decir, que Dios mismo instituyó el Sacramento de la Reconciliación, también llamado Confesión, y, por tanto, a los confesores.
Hay quien dice: ‘yo me confieso directo con Dios, no necesito ir a confesarme ante nadie’.
Y cabe preguntarle: ¿recibiste un comunicado celestial?, ¿Dios te llamó por Su línea privada y te dio permiso? Porque si no fue así, entonces no hay fundamento para decir que no se necesita al confesor.
Si crees en Jesucristo, entonces necesariamente tienes que creer en la Iglesia que fundó Jesucristo.
Y Él le dio a Sus apóstoles (y, obviamente a los sucesores de éstos), la potestad de perdonar los pecados (ver Jn 20, 21-23).
Lo que no les dio fue la capacidad de ser telépatas, así que para perdonarlos, tenían que escucharlos...
Cristo instituyó el Sacramento de la Reconciliación, no es un invento que alguien sacó de la manga.
Y lo instituyó no para tortura de los penitentes, todo lo contrario: fue porque asegurarse de que experimentaran el consuelo de poderse desahogar con alguien que no va a revelar los pecados que le confiesen; la gracia sobrenatural para superar aquello que suele hacerles caer; consejo y penitencia que les ayude a restaurar lo que su pecado vino a lastimar, y, lo más importante de todo, la absolución y con ella la certeza de haber sido realmente perdonados por Dios.
Quien se confiesa, se confiesa con el propio Cristo, por mediación del sacerdote, y recibe la acogida de Dios, que como el padre de la parábola (ver Lc 15, 11-32), viene al encuentro del pecador que se arrepiente, y lo abraza y hace fiesta.
EN NOMBRE DE CRISTO, LES PEDIMOS
San Pablo deja claro que no hace esta exhortación a título personal, sino como embajador de Cristo.
Cristo fundó la Iglesia, y uno de sus mandamientos es que nos confesemos, al menos una vez al año, durante la Cuaresma.
Pone ejemplo el Papa Francisco, que presidió esta semana una liturgia penitencial, y antes de ponerse a confesar, pasó él mismo a confesarse. Y lo mismo sus mil setenta y un misioneros de la misericordia, que antes de la Misa del Miércoles de Ceniza, en la que el Papa los envió a todo el mundo a predicar la misericordia, primero tuvieron que reconocerse necesitados de ella, y acudir a confesarse.
No es coincidencia que este llamado a dejarnos reconciliar con Dios, llegue justamente en este domingo, conocido también como ‘Domingo de la Alegría’.
Es que no hay mayor gozo que estar en armonía con el Señor.
Y si nos alivia y alegra contentarnos con alguien con quien estábamos peleados o distanciados, ¡cuánta mayor alegría sentiremos si aprovechamos la Cuaresma para recuperar nuestra amistad con Dios y llegar a la Pascua reconciliados!