Ejemplo
Alejandra María Sosa Elízaga**
“Sigan mi ejemplo”
¿Te atreverías a decir esta frase?
Tal vez sí, cuando lo de seguir tu ejemplo se refiere a ir por donde tú vas, porque vas delante de un grupo de automovilistas, indicándoles la ruta a algún lugar del que no saben cómo llegar.
O quizá puedes decirla si lo de seguir tu ejemplo consiste en elegir ciertos platillos en una cafetería, de los que tú ya sabes que son sabrosos y tus acompañantes no tienen idea.
O bien si se trata de realizar algún trámite engorroso, del que tú ya conoces qué pasos hay que dar.
Pero si se trata de imitarte en tu modo de ser, ¿te atreverías a pedir que sigan tu ejemplo?
Probablemente no.
No solemos creernos ‘ejemplares’, dignos de imitación, con todos nuestros defectos y pecados.
Por eso llama la atención que en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este Segundo Domingo de Cuaresma (ver Flp 3, 17-4,1), san Pablo se atreva a pedir: “Sean todos ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes.”
¿Por qué pide semejante cosa?, ¿que se creía perfecto? ¡Nada de eso!
En sus cartas queda clarísimo que Pablo conocía perfectamente sus faltas, debilidades y defectos (ver, por ej: 1Cor 2, 1-5; 2Cor 12, 7-9).
Si les propone que lo imiten no es porque se sienta superior o inmaculado, y desde luego no les está pidiendo que imiten su carácter (que lo tenía fuertecito...), sino que lo imiten en ser, como él, “ciudadanos del cielo”, es decir, personas que tienen su corazón, su interés, su atención primero que nada en las cosas de Dios, en buscar y cumplir Su voluntad, en esforzarse por entrar por la puerta estrecha que conduce a la salvación.
Ser ciudadano del cielo mientras se vive en este mundo, no significa no tener tropezones o caídas, significa orientar y reorientar los propios pasos hacia Dios, y si caemos, tomarnos la mano que nos tiende para no quedarnos caídos.
Significa, sobre todo, una actitud, darle a Dios el lugar que le corresponde como centro de nuestra vida, y no tener nuestro corazón, afectos, e intereses, puestos sólo en el mundo, como ésos hombres y mujeres de los que Pablo denuncia que “viven como enemigos de la cruz de Cristo...su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deben avergonzarse, y sólo piensan en las cosas de la tierra”(Flp 3, 18-19).
Hoy también muchos viven así, como enemigos de la cruz, ocupados sólo en saciar sus instintos, enorgulleciéndose de lo que deberían avergonzarse, y pensando sólo en lo material.
Por eso llega oportuna la recomendación del apóstol, en esta Cuaresma, para que podamos hacer un examen de conciencia y preguntarnos: ¿cómo estamos viviendo, ¿como ciudadanos del cielo o del mundo? ¿En qué lo notamos?, ¿en qué pueden notarlo los que nos rodean?
Y no quedarnos sólo en examinarnos, sino en proponernos modificar actitudes o prioridades, para dejar de prestarle más atención al mundo que a Dios
Ser ejemplo para otros es una tremenda responsabilidad, que tenemos aunque no queramos.
Hoy en día estamos rodeados de católicos alejados, o personas de otras religiones o no creyentes, que nos ven como el único referente de una persona de fe, y consciente o inconscientemente toman nota, de si le damos importancia o no a ir a Misa, a decir la verdad, a ayudar a otros, a no hablar mal de los demás...
Circula en las redes un video de youtube (give a little love**) que muestra a gente común y corriente haciendo un pequeñito acto de civilidad o de bondad, y es observada por alguien que pasa, en la calle o en un vehículo, o desde menos se piensa, y dicha persona que observa se siente motivada a su vez a hacer un acto de civilidad o de bondad en bien de alguien más.
Dicen que las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra, y, por citar un caso, los hijos ponen más atención a lo que sus papás hacen que a lo que dicen.
Somos ejemplo para otros, no lo podemos evitar. La pregunta es, ¿qué los estamos motivando a imitar?