¿Estorbo o ayuda?
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Qué te estorba y qué te ayuda en tu relación con Dios?, ¿tus cualidades o tus defectos?
Probablemente mucha gente responda que sus cualidades son una ayuda y sus defectos un estorbo para relacionarse con Dios, pero sorprendentemente, la cosa también puede ser al revés.
Y es que tanto cualidades como defectos, pueden ser ayuda u obstáculo.
Si considerar nuestras cualidades nos llena de vanidad y orgullo, si nos hace sentir perfectos y autosuficientes, si casi casi se las presumimos a Dios como si fueran mérito nuestro y no las hubiéramos recibido de Él, son un estorbo que nos impide acercarnos a Él como lo que somos, criaturas frágiles y miserables, necesitadas de Su gracia y misericordia.
Pero si considerarlas nos mueve a gratitud, al reconocer que las recibimos gratuitamente, y esa gratitud nos mueve a desarrollarlas al máximo, entonces son una gran ayuda.
Si considerar nuestros defectos y miserias nos hace sentir que no valemos nada, que no tenemos remedio, y nos hace caer en la desesperanza y nos aparta de Dios, entonces son un obstáculo.
Pero si considerar nuestras miserias nos hace darnos cuenta de que por nosotros mismos no logramos superarlas, y volvemos la mirada hacia Dios para pedirle ayuda, tomar la mano que nos tiende, y esforzarnos por no soltarla, porque sabemos que sólo Él tiene el poder de rescatarnos, entonces nuestras miserias nos acercan a Él.
Tenemos varios ejemplos de esto en las Lecturas que se proclaman este domingo en Misa.
En la Primera Lectura (ver Is 6, 1-2.3-8), el profeta Isaías lamenta: “soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros” (Is 6,5), pero no se queda ahí, lamentándose, sino que se deja tocar por la gracia de Dios, se deja purificar por Dios, y enseguida se ofrece para dejarse enviar por Él a la misión.
En la Segunda Lectura (ver 1Cor 15, 1-11), san Pablo afirma de sí mismo “soy como un aborto...el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol” (1Cor 15, 8-9), pero tampoco se atora en eso, sino que reconoce que el Señor le dio Su gracia, y que él no la ha desperdiciado, sino que se ha esforzado por aprovechar esa gracia que ha recibido sin merecerla, y se ha dedicado incansablemente a anunciar la Buena Nueva del Reino.
Y en el Evangelio (ver Lc 5, 1-11), Simón se arroja a los pies de Jesús exclamando: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (Lc 5, 8), pero no se arroja luego al agua para ahogarse desanimado, sino que cuando Jesús le pide que no tema, y lo invita a ser pescador de hombres, acepta Su invitación, y no duda en dejarlo todo para seguirlo.
Tres casos de miserables a los que Dios ‘misericordió’, expresión favorita de nuestro querido Papa Francisco, quien incluso la incorporó a su escudo papal, y que significa que Dios los eligió con misericordia, es decir, viéndolos en sus miserias, aún así los eligió.
Si ellos se hubieran sentido perfectos, si hubieran dejado que sus cualidades y méritos los envanecieran e hicieran sentir que no necesitaban de Dios, o si, por el contrario, se hubieran sentido tan impuros, indignos y pecadores que creyeran no tener remedio y se hubieran apartado de Él avergonzados, ¡¡nos hubiéramos perdido a uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento, al más grande apóstol del cristianismo y al primer Papa, ni más ni menos!!
Pero gracias a Dios, (literalmente), no sucedió así.
Y ojalá tampoco suceda así con nosotros.
Vale la pena, pues, que nos preguntemos si nuestros defectos y virtudes nos están estorbando o ayudando para acercarnos más a Dios, pongamos en Sus manos unos y otras, aprovechemos Su gracia y nos dejemos misericordiar...