y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿¿¿Yooo???

Alejandra María Sosa Elízaga**

¿¿¿Yooo???

‘¡Vaya, Señor, hasta que por fin me elegiste!, ¡soy ideal para esta misión!, ¡Sin duda Tu mejor opción!, y además ¡¡no me tienes que dar indicaciones ni ayudar en nada, sé perfectamente lo que debo hacer!, ¡¡te voy a apantallar!!’

Ésta es una frase que jamás hemos leído en la Biblia.

Ninguna de las personas elegidas por Dios para alguna misión pronunció algo así, ni remotamente parecido.

Ninguna se sintió ‘que ni mandada a hacer’ para llevar a cabo lo que Él le encomendaba.

Todas temblaron, temieron, preguntaron.

Abraham se sentía demasiado viejo (ver Gen 17, 17)

Moisés, que era medio tartamudo, alegó que no servía para ir a hablar de parte de Dios. (ver Ex 4, 10)

El profeta Jeremías se sentía demasiado inexperto: “¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho!” (Jer 1, 6).

Y también encontramos ejemplos de esto en el Nuevo Testamento.

María se consideraba simplemente una esclava del Señor. (ver Lc 1,38)

José se creía indigno de participar de lo que intuía era el proyecto divino para María y por eso pensó en dejarla y por eso el Ángel tuvo que tranquilizarlo pidiéndole que no temiera casarse con María que había engendrado un hijo del Espíritu Santo. (ver Mt 1,20).

San Pablo se consideraba pésimo predicador e indigno de ser cristiano (ver 1Cor 2, 1-5; 15, 9).

Y conocemos también ejemplos que no aparecen en la Biblia, pero que están reconocidos por la Iglesia, por ejemplo el de Juan Diego, que le pidió a la Virgen de Guadalupe que mejor enviara a alguien importante y no a él, que no valía nada, que era mecapal, parihuela, cola, ala, es decir, insignificante.

Podríamos seguir encontrando ejemplos, dentro y fuera de la Biblia, que muestran que cuando Dios elige a alguien para una tarea especial, el elegido suele sentirse indigno e inepto.

Ninguno ha respondido como los toreros: ‘¡dejarme solo!’

Si lo hubieran hecho les hubiera ido como le fue a Pedro cuando se puso a alardear que daría su vida por Cristo, pero por confiar en sus solas míseras fuerzas quedó defraudado a las primeras de cambio. (ver Mc 14, 29-31.66-72).

Y es que el orgulloso que se cree autosuficiente, cae siempre , pero quien se siente demasiado pequeño para una gran encomienda que Dios le asigna, alza hacia Él la mirada con carita de: ‘¡ayúdame que sin Ti nomás no puedo!’, y Dios no puede menos que conmoverse y darle Su ayuda, y ¡una gran ayuda!

Dios siempre concede Su auxilio, y muy generosamente, al que se lo pide.

Y cuando encarga algo a alguien, nunca lo abandona a su suerte, sino lo acompaña, lo sostiene, lo fortalece.

Lo vemos en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Jer 1, 4-5.17-19).

Dios, que ya le había respondido al joven Jeremías: “No digas ‘Soy un muchacho’, pues adondequiera que Yo te envíe irás y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy Yo para salvarte” (Jer 1, 7-8), en la Lectura dominical le anuncia: “Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra...Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque Yo estoy a tu lado para salvarte” (Jer 1.17a.18a.19).

Dos veces le promete Dios estar con él, mantenerse a su lado, y que lo va a salvar.

Con semejante promesa, ¿cómo desconfiar?

Así que si te sientes incapaz para una tarea a la que Dios te está llamando, ésa no es razón para no hacerla, sino razón para pedirle a Dios el doble de asistencia.

Si llega el padre de tu parroquia a pedirte: ‘oye, ¿no te gustaría prepararte para ayudarme en esto?’, puede ser dar catecismo, o llevar la Sagrada Comunión, o dar pláticas prematrimoniales; o si llega tu superior con un nombramiento, con una nueva encomienda, si tu primera reacción es ‘¡soy el mejor para esto y los voy a dejar boquiabiertos!’, ya la amolaste. En realidad no sirves para el puesto porque tu soberbia te hará caer.

Pero si lo primero que respondes cuando te dicen que tú puedes servir para determinado apostolado, es: ‘¿¿¿yooo???’, porque nunca habías pensado hacer eso, ni te sientes capaz, y, sobre todo, te da miedo fallar, entonces ¡acepta! Tienes lo que se necesita para salir adelante: la conciencia de tu incapacidad y de tu necesidad de la ayuda divina.

Recuerda que Dios no siempre envía a los más capacitados, pero siempre capacita a Sus enviados.

Puedes temblar, puedes sentir ‘ñáñaras’, pero ello no es motivo para rehusar, sino para tomarte más firmemente de la mano de Dios y decirle sí, confiando en que Él te va a ayudar.

Puedes tener la seguridad de que nunca te va a defraudar.

*Publicado el 31 de enero de 2016 en las pags web y de facebook de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) , en las del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx), y en las de Ediciones 72. Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí­ en www.ediciones72.com