Celebración y fortaleza
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿En qué consiste celebrar a alguien?
Básicamente en alegrarte con esa persona, por lo que es, por lo que hace o por algo bueno que le ha sucedido, y expresarle tu alegría, tal vez con una felicitación, una palmada en la espalda, un aplauso, una fiesta.
Celebrar a los demás nos hace bien.
Nos permite admirar sus cualidades, no para envidiarlas sino para imitarlas.
Nos permite detenernos a reconocer lo que hacen, y lo que hacen por nosotros, para agradecérselos.
Y nos permite experimentar genuina alegría por lo bueno que le sucede a otros, olvidarnos un poquito de nosotros mismos y compartir el gozo de los demás.
Celebrar a quienes amamos cambia nuestro estado de ánimo. Por ejemplo, si estamos desanimados o tristones, hacemos un esfuerzo por no ir a una fiesta con cara de funeral, y al final nos descubrimos sonriendo e incluso riendo.
Si esto sucede cuando celebramos a nuestros semejantes, ¡cuánto más si celebramos a Dios!
Dice el profeta Esdras en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa que “celebrar al Señor es nuestra fuerza” (Neh 8, 10), y ¡tiene mucha razón!
Pero, cabe preguntarnos: ¿qué es celebrar al Señor?, ¿en qué consiste y qué efecto nos produce?
Celebrar al Señor implica gozarnos en lo que es, en Su grandeza, en Su amor, en Su poder, en Su misericordia, y despierta en nosotros no sólo el deseo de alabarlo, sino de seguirlo, e imitarlo.
Celebrar al Señor implica también reconocer todo lo que hace por nosotros, lo que nos hace sentirnos muy agradecidos y vivir con la gozosa certeza de que somos objeto de las atenciones y bendiciones de Dios.
Decía san Francisco de Sales, que aparte del pecado, lo que más daño hace al alma es la melancolía, porque la desalienta, la deja desanimada y triste, viéndolo todo como a través de un lente opaco, oscuro.
Celebrar al Señor destierra de nosotros la melancolía, nos permite no perder, o bien recuperar la verdadera alegría.
Y con esa alegría, que se arraiga en lo profundo del alma, somos capaces de vivir, con renovado brío, como Dios quiere que vivamos, y amar, ayudar, comprender, perdonar...
¿Cuándo celebramos al Señor?
Celebramos al Señor en el Bautismo, celebramos que es nuestro Padre, que nos invita a formar parte de Su familia.
Celebramos al Señor cuando acudimos a Su encuentro, arrepentidos de nuestras faltas, y nos dejamos perdonar y abrazar por Él.
Celebramos al Señor cuando acudimos a la Eucaristía, a recibir Su amor, Su Palabra, a Él mismo como Pan de vida.
Celebramos al Señor cuando admiramos sus obras en la Creación y lo alabamos por ello; cuando dedicamos tiempo a hablarle y a escucharle; cuando lo descubrimos y amamos en los demás; cuando vivimos cada día con la conciencia de Su presencia en nuestra vida.
Celebramos al Señor cuando nos regocija que nos haya creado, que nos ame con amor eterno, que nos acompañe, que nos sostenga, que nos comprenda, que nos invite a pasar la eternidad con Él.
Es verdad que ‘celebrar al Señor es nuestra fuerza’.
Y con razón solemos escuchar esa afirmación del profeta, en el envío tras la bendición al final de la Misa.
Justo cuando nos disponemos a salir de la celebración para ir a enfrentar un mundo en el que podemos flaquear en nuestra resolución de vivir cristianamente, se nos motiva a seguir celebrando al Señor, porque sólo Él nos fortalece para vivir gozosamente la fe, perseverar en la paz y la esperanza, y mantener vivo el amor.