No a control remoto
Alejandra María Sosa Elízaga*
Los nacidos a principios o mediados del siglo pasado, todavía nos acordamos de esos tiempos en los que cuando veíamos televisión, teníamos que pararnos a cambiar el canal directamente en el aparato, algo impensable hoy en día, y menos después del apagón con que de un plumazo han dejado a millones de personas sin poder usar su tele viejita, probablemente su única diversión.
Ahora se usa el control remoto, y no sólo para la televisión, también para los aparatos de música, para poner la cafetera, para subir o bajar las persianas, para abrir y cerrar puertas, para prender y apagar luces, y para quién sabe cuántos usos más.
Nos hemos acostumbrado a hacer muchas cosas a distancia.
Relacionaba esto con lo que plantea la Segunda Lectura que se proclama este Cuatro Domingo de Adviento en Misa (ver Heb 10, 5-10).
Dice que cuando entró Cristo al mundo le dijo al Padre: “no quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio me has dado un cuerpo.” (Heb 10, 5).
¿Por qué Dios no quiso que el pueblo le ofreciera más víctimas y ofrendas?
Tal vez porque era muy fácil que la gente se conformara con conseguir un animal como dictaba la ley, y mandarlo sacrificar para ofrecérselo a Dios y quedarse muy tranquila pensando que con eso se liberaba de sus pecados.
Pero era una especie de expiación a ‘control remoto’, sin involucrar realmente el corazón de la persona.
Por eso en el texto, a lo de víctimas y ofrendas, se contrapone tener un cuerpo, es decir, un medio que permite involucrarse personalmente.
Cristo asumió ese cuerpo.
Pudo habernos salvado a ‘control remoto’, pero no lo hizo.
Quiso involucrarse, encarnarse, venir a ofrecerse a Sí mismo en sacrificio por nuestros pecados.
Y como cristianos, seguidores Suyos, estamos llamados a unirnos a Su sacrificio, y a ofrecernos también junto con Él.
En este Año Santo, en que el Papa Francisco nos invita a realizar obras en favor de los demás, tal vez nos sentimos tentados a hacerlas ‘a control remoto’, enviar una ropa a algún asilo, dar un donativo vía transferencia electrónica, etc. pero lo que Dios quiere de nosotros es que nos involucremos, como Jesús, en cuerpo y alma, que ofrezcamos no sólo lo que tenemos (y desde luego no lo que nos sobra), sino lo que somos.
Eso hace toda la diferencia.
No es lo mismo enviar una ayuda que ir a entregarla personalmente.
Quienes han tenido oportunidad no sólo de dar ayuda en un acopio en favor de unos damnificados, sino de ir a llevarles lo recolectado, regresan siempre enriquecidos espiritualmente, no sólo porque reciben más de lo que dan, en términos de amistad, gratitud y crecimiento espiritual, sino también porque logran captar de primera mano y ser más sensibles a las necesidades de los demás, y poner en perspectiva su propia situación: revalorar lo que tienen, y dejar de estarse quejando por tonterías.
Recuerdo una señora que siempre lamentaba amargamente que tenía que poner diario la lavadora de ropa en su casa, y luego de volver de una misión, dejó de quejarse, porque había ido a visitar una comunidad en la que no había siquiera agua para beber, mucho menos para lavar. Un chavo al que ir a la escuela le daba lo mismo, comprendió lo que desperdiciaba cuando visitó una comunidad en la que los niños caminaban horas con tal de poder ir a la escuela y estudiar. Un señor regresó muy conmovido porque los ‘pobres’ a los que que supuestamente había ido a ayudar, lo ayudaron a él, al estar dispuestos a compartir con él lo poco que tenían, dándole un inolvidable testimonio de desprendimiento y solidaridad.
La caridad ‘cuerpo a cuerpo’ nos cambia la perspectiva, nos permite reordenar nuestras prioridades, jerarquizar lo que en verdad es esencial.
En esta Navidad del Año de la Misericordia, que nuestra caridad no sea a control remoto; atrevámonos a levantarnos de nuestras comodidades para ir al encuentro de quienes nos necesiten, donde y cuando nos necesiten.
Que cuando se trata de amar, de dar, de ayudar, podamos, como Jesús, decirle al Padre: “me has dado un cuerpo...Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer Tu voluntad” (Heb 10, 5b.7).