Reenfocar la Navidad
Alejandra María Sosa Elízaga*
La Navidad suele ser un tiempo de nostalgia y de tristeza para algunas personas, que echan de menos la presencia de seres queridos con quienes solían celebrar o lamentan que ya no tienen los medios o posibilidades de festejar como antes festejaban.
Al parecer hace falta reenfocar el asunto.
Si para alguien, lo principal en Navidad es la reunión con familiares y/o amigos, claro que le será muy triste su ausencia, pero si lo principal es la reunión en la Casa del Señor, entonces no cabe la nostalgia porque allí nadie falta, están todos presentes, sea físicamente o de manera espiritual, en la comunión de los santos.
En Misa podemos darnos cuenta de que formamos parte de una gran familia, no somos huérfanos, Dios es nuestro Padre, Jesús nuestro Hermano y María nuestra Madre, y podemos tener la tranquilizadora certeza de que no están lejos ni se van a morir, podemos contar con ellos ¡toda la vida!
Si para alguien lo principal en Navidad es comer ciertos platillos o golosinas, y por alguna razón no podrá saborearlos, claro que le pesará quedarse con el antojo, pero si lo principal es participar en el Banquete del Señor, es decir, asistir a la Misa de Navidad, entonces no cabe el pesar, porque allí nadie se queda con hambre, pues se recibe un Alimento que no se compara con ningún otro sobre la tierra, ¡nada menos que el Cuerpo y la Sangre de Cristo!, y quien lo comulga, sea física o espiritualmente, sacia la necesidad de su alma, de una manera que ningún manjar del mundo podría lograr.
Si para alguien, lo principal de la Navidad son los regalos, y no los recibe, puede quedar frustrado y deprimido, pero si lo principal es abrir el corazón para acoger el más grande regalo posible: que Dios le ama tanto que se ha encarnado para salvarle, sentirá una alegría que no se terminará, como pasa con los obsequios, cuando se hacen viejos, se les acaba la pila y se tiran o regalan, sino que le acompañará hasta la vida eterna.
Y más aún, si en lugar de esperar recibir, se dispone a regalar, sobre todo a quien no lo espera y a quien no le puede compensar. Va a descubrir que es verdad lo que dijo el Señor, “hay más alegría en dar que en recibir’ (Hch 20, 35).
Si para alguien, lo principal de la Navidad es decorar la casa, se puede frustrar si no le alcanza para adquirir un arbolito o suficientes lucecitas o adornos navideños, pero si lo principal es dejarse iluminar por Aquel que es la Luz del mundo, y adornarse interiormente con virtudes y buenas obras, experimentará un gozo que le iluminará por dentro con una claridad que ninguna serie de foquitos podría alcanzar.
En este Tercer Domingo de Adviento, también llamado ‘Domingo de la Alegría’, las Lecturas te invitan a alegrarte, y dejan muy claro cuál es la única razón para la alegría: que “el Señor, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; Él te ama...” (Sof 3, 17), que el Señor es nuestro Dios y salvador y ha sido grande con nosotros (Salmo tomado de Is 12), y que “el Señor está cerca” (Flp 4, 5).
Así que si en esta Nochebuena o en alguna otra no tienes reunión familiar ni cena ni golosinas, ni regalos ni adornos, no dejes que eso te deprima, reenfócate en lo en lo esencial de la Navidad: celebrar que Dios se hizo Hombre, que nos ama, te ama, tanto, que quiso compartir tu condición humana, para venir a rescatarte de tu pecado, de tus miedos, de tu depresión, de tu soledad, acompañarte toda tu vida e invitarte a pasar con Él la eternidad. ¡He ahí una muuuy buena razón, la mejor, para desterrar la tristeza y celebrar!