Misericordia rebosada
Alejandra María Sosa Elízaga*
En esta semana en que dará inicio el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, un Año Santo instituido por el Papa Francisco, para invitarnos a recibir y compartir la misericordia divina, llega como siempre oportuna la Palabra de Dios a iluminar lo que estamos viviendo.
En la Segunda Lectura que se proclama este Segundo Domingo de Adviento en Misa (ver Flp 1, 4-6.8-11), san Pablo afirma: “los amo a ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús”, y enseguida añade: “ésta es mi oración por ustedes: Que su amor siga creciendo más y más”.
Primero nos habla del “amor entrañable” con que nos ama el Señor, y luego ora para que “siga creciendo más y más” nuestro amor.
Es ¡justo lo que nos pide el Papa para este Año Santo!
Que primero nos dejemos amar por Dios, que nos abramos a la misericordia que nos manifiesta en todo: en Su Palabra, en Su perdón, en la gracia con que nos sostiene y fortalece día con día.
Y luego, que seamos, a la vez misericordiosos.
Y al respecto quisiera mencionar lo siguiente:
Un amigo sacerdote escribió un artículo en el número especial que ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México dedicó al Jubileo, en el que plantea que en eso de ser misericordiosos, lo primero debía serlo con nosotros mismos.
Y creo que tiene mucha razón.
Comenta que cuando comete algún error, se dice a sí mismo lo que no le diría a nadie más: ‘¡qué tonto!’, ¡qué menso!’, y creo que todos podemos identificarnos con eso.
Solemos ser indulgentes con otras personas, pero demasiado duros con nosotros mismos.
Por eso se me hizo muy buena su sugerencia, y se las paso al costo.
En este Año de la Misericordia, abrámonos a recibir, a manos llenas, la misericordia del Señor, y apliquémosla, como un bálsamo, sobre nuestras propias heridas e inseguridades, sobre todo aquello en nuestro interior que necesita sanación y consuelo.
Así estaremos en condiciones de ser en verdad misericordiosos con los demás.
Para poder rebosar, hay primero que dejarse llenar...
Y no temamos gastar toda la misericordia divina en nosotros, Dios nos la da sin medida, con generosidad, ¡nunca se nos va a agotar!
Pidámosle al Señor que nos conceda vivir este Año Santo como un tiempo de gracia, en el que nos dejemos llenar de Su amor, permitamos que Su misericordia colme y restaure nuestros corazones lastimados, para poder luego compartirla con cuantos nos rodean, y en especial, con los más necesitados.