Irreprochables
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Eres irreprochable a los ojos de Dios?
Lo más probable es que respondas que no.
Consideramos prácticamente imposible que Dios no tenga nada que reprocharnos.
En los Salmos se expresa muy bien esta realidad. Pregunta el salmista: ‘Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de Ti procede el perdón...” (Sal 130, 3-4).
En otras palabras, el Señor nos perdona porque estamos necesitados de perdón, algo hicimos que requiere ser perdonado.
Entonces, ¿cómo es que en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este Primer Domingo de Adviento (ver 1Tes 3, 12- 4,2), san Pablo plantea que podemos ser irreprochables ante Dios?
Parecería imposible, pero no lo es.
Él mismo da la pauta acerca de cómo es hacerle: hay que permitir que el Señor nos llene, hasta hacernos rebosar, de amor.
La clave para ser irreprochables ante Dios es amar.
Decía san Agustín: ‘ama y haz lo que quieras’.
Sabía que un corazón que ama como pide Jesús, como Él nos ama, puede hacer lo que quiera, porque nunca querrá hacer algo que vaya en contra del amor del Señor.
En un mundo en el que para ser irreprochables en el trabajo o en la escuela o en el apostolado que se nos ha encomendado, o en lo que sea que realicemos en la vida cotidiana, se nos exige cumplir demasiados requisitos que con frecuencia no logramos cumplir, como puntualidad, cierto nivel de rendimiento, de resultados, etc. es un descanso para el alma saber que para ser irreprochables ante Dios lo único que se nos pide es amar, es decir, desear y procurar el verdadero bien de los demás, y que contamos con Su gracia para lograrlo y con Su misericordia para comprendernos si no siempre lo logramos.
Se trata de hacer todo lo que podamos con ese objetivo en mente. Nada más.
San Pablo nos pide que vivamos “como conviene, para agradar a Dios.” (1Tes 4,1).
Y ¿qué es lo que más agrada al Señor? Que nos esforcemos por imitarlo en el amor.