Un justo medio
Alejandra María Sosa Elízaga**
En su nueva carta Encíclica ‘Laudato si’ (Alabado seas), el Papa Francisco deja bien claro que el deterioro del medio ambiente va parejo con el deterioro de una sociedad que vive pensando únicamente en sí misma y entonces sólo se preocupa por usar, dominar y explotar recursos y personas, para su inmediato beneficio, sin preocuparse de cómo ello los afecte, ni las consecuencias que pueda tener para todos, a largo plazo.
Denuncia el Papa que “algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta.” (Ls #90).
Y propone: “En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres.” (Ls #158)
Como siempre sucede, la Palabra de Dios viene a iluminarnos la vida, el llamado del Papa es un eco de lo que pide san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 2Cor 8,7.9.13-15).
El Apóstol invita a los corintios, y desde luego también a nosotros, a ser generosos en ayudar a los demás.
Y recuerda algo fundamental acerca de Jesús: “siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con Su pobreza” (2Cor 8, 9).
Pone ante nuestra mirada el ejemplo máximo de solidaridad, el de Aquel que fue capaz de empobrecerse para rescatarnos del pecado y de la muerte.
Y no entendamos esta pobreza sólo en un sentido económico, por haber nacido Jesús en un pesebre y no en un palacio, sino entendámosla en un sentido mucho más amplio e impactante: Jesús se empobreció porque renunció a los privilegios de Su condición divina.
Él que estaba por encima del tiempo y del espacio, vino a someterse al tiempo y al espacio; Él que era espíritu puro, se encarnó, aceptando padecer todo lo que padece un cuerpo físico: frío, hambre, sed, cansancio, dolor y ¡qué dolor!
Se despojó de lo que legítimamente podía haber retenido, y lo hizo por amor, para nuestro bien, para nuestra salvación.
Ello tiene que movernos a considerar que como seguidores Suyos, estamos llamados imitarlo en empobrecernos para enriquecer a otros; empobrecernos de aquello que podríamos retener ávidamente sólo para nuestro propio beneficio, y en cambio ponerlo a disposición de los demás, por ejemplo, nuestro tiempo, nuestra atención, nuestros recursos materiales y espirituales.
Y cabe aclarar que hablar de empobrecernos no significa quedarnos sin nada de nada.
El propio san Pablo les dice a los corintios: “no se trata de que los demás vivan tranquilos, mientras ustedes están sufriendo”(2Cor 8, 13). Entonces ¿de qué se trata? De encontrar lo que él llama “un justo medio”, es decir, no ir a los extremos, ni del derroche ni de la carestía, que ni sobre ni falte, que todos podamos tener lo necesario.
Dice el Papa Francisco: “es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes.” (Ls #193).
Esas ‘partes’ no las entendamos en un sentido vago, como referido a regiones o a países, atrevámonos a ponernos el saco y a asumir que se refiere a nosotros, que esas ‘partes’ son nuestra sociedad, nuestra comunidad, nuestro hogar, nosotros, tú y yo.
Cada uno está invitado a la solidaridad, a compartir sus recursos con generosidad, a lograr ese justo medio que san Pablo proponía recordando un texto de la Sagrada Escritura: “Al que recogía mucho, nada le sobraba; al que recogía poco, nada le faltaba” (2Cor 8, 15; Ex 16, 18).