y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Trinitario

Alejandra María Sosa Elízaga**

Trinitario

¿Cómo sabemos que existe la Santísima Trinidad?, ¿que en verdad hay Tres Divinas Personas y un solo Dios?

Porque Él lo reveló.

Considera este razonamiento que plantea Peter Kreeft, teólogo católico:

Si quieres conocer un objeto, es decir, algo que es inferior a ti, puedes mirarlo, medirlo, sopesarlo, probarlo, olerlo, analizarlo, hasta llegar a saber todo de él.

Si quieres conocer a alguien semejante a ti, puedes saber bastante con sólo mirarle, pues ves que tiene lo mismo que tienes tú: ojos, nariz, boca, manos, pies, etc. y lo que te falte saber (su nombre, su historia), puedes preguntárselo, o averiguarlo con alguien que le conozca.

Pero cuando se trata de conocer a un ser superior como Dios, no puedes saber nada de Él ni tienes modo de averiguarlo si Él no te lo revela.

Por eso los pueblos primitivos, que intuían la existencia de Dios pero no sabían nada de Él, lo adoraban en el sol, la luna, las estrellas, el rayo, el mar, una vaca, un gato, o inventaban mitologías con dioses que tenían los mismos defectos de los hombres: eran abusivos, vengativos, parranderos...

Los seres humanos hubieran podido permanecer en la ignorancia respecto a Dios, pero Él tuvo a bien revelarse a un pueblo específico, en un momento específico de la historia.

Y gracias a eso nos enteramos de que es el Creador de todo, el Todopoderoso, que quiso establecer una alianza con ese pueblo, y que cuando éste la quebrantó, no lo abandonó a su suerte sino se compadeció y prometió enviarle a alguien mediante el cual establecería una alianza inquebrantable, eterna, alguien cuyo reino no tendría fin.

Dios prometió enviar alguien a salvar de sus enemigos a Su pueblo, y prometió venir a habitar en medio de éste.

En su libro ‘Jesús de Nazaret’, escribió el Papa Benedicto XVI que la gente no esperaba que ambas promesas se cumplieran en la misma persona, pero así fue, se cumplieron en Jesús.

Pero se cumplieron de una manera muy distinta a como la gente pensaba.

Vino a salvarlos, pero no de sus enemigos políticos, sino de sus verdaderos enemigos: el mal, el pecado, la muerte.

Vino a poner Su morada entre nosotros, pero no en un santuario al que sólo unos cuantos podrían acceder, sino en la Eucaristía para que todos puedan contemplarlo, recibirlo, entrar en comunión con Él.

Y no sólo era el enviado prometido por Dios, sino Su Hijo.

Para mucha gente es impensable que Dios tenga un Hijo, pero quien no considera que Dios es Padre, y se enfoca sólo en que es Todopoderoso, puede respetarlo, incluso adorarlo, pero probablemente lo considere más justiciero que misericordioso, y sienta hacia Él más miedo que amor.

En cambio, quienes sabemos que Dios es Padre, -y sobra aclarar que no lo sabemos por nosotros mismos sino porque Él así lo reveló (ver 2Sam 7,14), de inmediato captamos que, como todo buen padre, es un Padre amoroso.

Considera lo siguiente: en la Biblia se afirma que Dios es amor, y el amor perfecto es el que se da y se recibe en la misma medida. En este caso, y ¿quién podría amar a Dios y ser amado por Él eternamente sino alguien igual a Él que hubiera existido desde siempre?

Ese alguien es Jesús, Dios Hijo.

Tenemos así dos divinas Personas, el Padre y el Hijo, en comunión de amor, perfecta y eterna.

Ahora bien, si ese amor sólo fuera mutuo, nosotros quedaríamos fuera de él, pero no es así. Jesús dijo: “Como el Padre me ama, así los amo Yo” (Jn 15,9), y también: “el Padre mismo os quiere, porque me queréis a Mí y creéis que salí de Dios” (Jn 16, 27).

Cabe preguntar: ¿cuándo puedes estar seguro de que alguien te ama? Cuando no sólo te lo dice, sino que hace por ti algo que le cuesta, que le duele, que implica un sacrificio.

Pues bien, afirma san Juan: “la prueba de que Dios nos ama es que nos envió a Su Hijo único, para que vivamos por medio de Él” (1Jn 4, 9).

Dios Padre nos dio prueba de Su amor por nosotros, entregándonos a Su Hijo único, amadísimo, permitiéndonos rechazarlo, condenarlo, crucificarlo y sepultarlo, para que Él pagara por nuestras culpas, nos salvara del poder del Maligno y del pecado, y con Su Resurrección nos librara de la muerte.

Dios Hijo nos dio prueba de Su amor, porque aceptó padecer todo eso con tal de salvarnos; dio Su vida por nosotros, que no lo merecemos, ni lo valoramos ni lo agradecemos.

Tenemos así que el amor con que se aman Dios Padre y Dios Hijo, no ha sido solamente mutuo, cerrado, no ha quedado nada más entre Ellos, se nos ha comunicado.

Es aquí donde entra la tercera Persona Divina, el Espíritu Santo.

Él es Dios mismo, que nos manifiesta y comunica Su amor.

Dice san Juan: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en Él” (Jn 4, 16), y antes afirma: “En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros, en que nos ha dado de Su Espíritu” (1Jn 4, 13).

Pero el Espíritu Santo no sólo nos comunica el amor divino, hace algo más: nos integra a Su dinamismo amoroso, nos permite formar parte de la familia de Dios.

Jesús nos enseñó a decirle ‘Abbá’ (papi, papito) a Dios, y dice san Pablo: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!’, de modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios.” (Gal 4, 4,6-7).

¿Te das cuenta? Gracias a que en nuestro Bautismo recibimos al Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo, ¡somos hijos adoptivos del Padre, hermanos de Cristo! ¡Qué regocijo!

Este domingo la Iglesia celebra a la Santísima Trinidad.

Celebramos que, como dice san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama en Misa (ver Rom 8,14-17), “podemos llamar Padre a Dios”, celebramos que somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo”, y celebramos que contamos con la guía del Espíritu Santo que derrama en nosotros el amor de Dios con todo su poder, sus dones y bendiciones.

Celebramos, en suma, que tenemos un Dios Trinitario, tres Divinas Personas, un solo Señor, que nos ama desde siempre, y para siempre nos invita a permanecer en Su amor.

*Publicado el 31 de mayo en la pag web y de facbook de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) , del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx), y en la pag de facebook de Ediciones 72. Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com