Corregidos y consolados
Alejandra María Sosa Elízaga**
“Consolad, consolad a Mi pueblo -dice vuestro Dios” (Is 40,1).
Así comienza la Primera Lectura que se proclama en Misa este Segundo Domingo de Adviento (ver Is 40, 1-5.9-11).
Conmueve escuchar estas palabras que pronunció Dios, por boca del profeta, al inicio de la segunda parte del libro de Isaías, escrito cuando terminó el destierro del pueblo en Babilonia, a donde éste fue a dar a causa de sus propios pecados, por no hacer caso a Dios.
Y conmueve porque si Dios fuera castigador y justiciero, cabría escucharle todavía enojado por la desobediencia de Su pueblo, advertirle que la próxima vez que lo desobedezca le pasará algo peor, y sin embargo no es así, todo lo contrario, son palabras de un Dios que es, ante todo, Padre amoroso, al que le duele tener que imponerle un correctivo al hijo que se porta mal, pero lo hace por su bien, y compadecido.
Continúa diciendo el profeta: “Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre” (Is 40, 2).
Hablar al corazón no es dar un frío mensaje de parte del Altísimo, es comunicar una buena noticia que llega hasta lo más hondo; y decirla a gritos, como para que resuene por encima de sus llantos y lamentos; decirla bien alto, para que el pueblo deveras la escuche y cese su dolor, y se desvanezca su tristeza.
¿Cuál es esa buena nueva? ¡Que ya viene el Señor!
Esa podría no parecer la mejor noticia a gentes que vienen regresando del destierro, donde han experimentado dolorosamente la corrección de Dios; que las ha dejado padecer las consecuencias de haberlo abandonado, quizá saber que Él vendrá les provoca temor.
Pero la voz que anuncia Su venida, primero dice que vendrá “el Señor, lleno de poder, el que con Su brazo lo domina todo”(Is 40, 10), pero luego matiza diciendo que “como pastor apacentará Su rebaño; llevará en Sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres” (Is 40, 11).
Es, pues, un anuncio gozoso, tranquilizador saber que viene como nuestro Pastor.
Lo fue para el pueblo que esperó anhelante la venida del Señor y lo es para nosotros, que recordamos que ya vino y esperamos que vuelva.
Qué alivio saber que vendrá como anunció el profeta, y que aunque tiene todo el poder y todo lo domina, es también delicado, tierno; si hiere, sana; si corrige, consuela; si permite que nos alejemos de Él, no tarda mucho en venir amoroso, a nuestro encuentro.