y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Encontradizo

Alejandra María Sosa Elízaga**

Encontradizo

“¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de Tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte?” (Is 63, 17)

¡Buena pregunta!

La hemos tenido en la punta de la lengua cada vez que enfrentamos las consecuencias de nuestros pecados y equivocaciones.

Tras aquel lío en que nos metimos por esa mentirota que dijimos; ese matrimonio quebrantado por una infidelidad; esa amistad rota por un comentario hiriente; ese empleo perdido por una grave equivocación, hubiéramos querido preguntarle a Dios: ‘¿por qué nos has permitido alejarnos de Tus mandamientos y nos has dejado mentir, fornicar, herir, robar, hacer el mal que no debíamos haber hecho?, ¡mira nada más en qué enredo nos metimos porque nos dejaste errar!’

Quisiéramos pedirle al Señor que nos quite la libertad de pecar; pensamos que la vida sería perfecta si, por más que quisiéramos, no pudiéramos caer en el pecado.

¿Te imaginas? sería estupendo que se nos pegaran momentáneamente los labios cuando estamos a punto de decir algo inconveniente; se nos paralizara un instante la mano con la que íbamos a hacer algo malo; los pies no pudieran llevarnos a donde no debíamos ir; y surgiera un repentino ventarrón que nos empujara y sacara de la inercia y la flojera cuando queremos quedarnos apoltronados, cruzados de brazos, y nos empujara a ir a Misa, a ofrecer nuestra ayuda, nuestro perdón, nuestro amor.

Pero entonces seríamos ‘marionetas del bien’, manipuladas por Dios y carentes de poder de decisión.

Y Él no quiso eso.

Quiso darnos un don muy preciado, aun arriesgándose a que lo rechazáramos: la libertad, que no consiste en elegir entre el bien y el mal (no se camina con libertad cuando se camina a oscuras), sino en elegir el bien, en cumplir la voluntad de Dios.

Dios nos creó libres y respeta nuestra libertad aun cuando elegimos perderla y volvernos esclavos del mal y del pecado.

Y desgraciadamente eso es exactamente lo que hemos hecho desde que el mundo es mundo.

Por eso en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Is 63, 16-17.19; 642-7), se lamenta el profeta, y con pesar reconoce: “todos éramos impuros...todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba Tu nombre, nadie se levantaba para refugiarse en Ti”  (Is 64, 5-6).

El profeta lamenta el pecado del pueblo, no sólo por lo que éste lo afecta en sí, sino porque piensa que lo aleja de Dios, al que le dice: “Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista Tus mandamientos.” (Is 64, 4)

Hay quien piensa que Dios no ama al pecador y que se desentiende del que se ha alejado de Su lado, es un error. Dios nos ama aunque no lo merezcamos (ver Os 14,5), y nunca deja de buscarnos, por más que nos apartemos de Su lado.

Lo dice Él mismo, un poco más adelante, en un bellísimo texto que no se proclama este domingo en Misa, pero que pertenece al mismo profeta Isaías: “Me he hecho el encontradizo a quienes no preguntaban por Mí; me he dejado hallar por quienes no me buscaban. Dije: ‘Aquí estoy, aquí estoy’, a gente que no invocaba Mi nombre” (Is 65,1).

¡Qué consuelo y qué bendición!, saber que a pesar de que usemos mal la libertad que Dios nos dio, Él no se desentiende de nosotros. Se mantiene atento, cercano, dispuesto siempre a tendernos la mano para rescatarnos. No en balde le dice el profeta: “Tú nombre, Señor es ‘el que nos rescata’ desde siempre.” (Is 63, 16).

Estamos iniciando el Adviento, cuatro semanas para prepararnos a recibir a Aquel que para rescatarnos se hizo Hombre; Aquel que vino a devolvernos la libertad que perdimos pecando; Aquel que quiere encontrarse con nosotros como somos y donde estemos, porque nos ama; Aquel que nos mostró Su amor respondiendo más allá de todo lo que nos hubiéramos atrevido a esperar o a imaginar, a la desesperada súplica del profeta, que era también la súplica de su pueblo: “¡Ojalá rompieses los cielos y descendieses!” (Is 63, 19).

En Adviento conmemoramos y celebramos que ya descendió, que ya vino, y también que volverá, a hacerse de nuevo el encontradizo de los que no preguntan por Él, de los que no invocan Su nombre, de los que no conocen que es el Dios-con-nosotros, el Emmanuel.

*Publicado el 30 de noviembre de 2014 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com