Ovejas del Rey
Alejandra María Sosa Elízaga**
'Pues a mí todas me parecen iguales'.
Esta frase la dijo un joven y quienes lo oímos estuvimos de acuerdo. Pero no crean que estaba hablando de las mujeres (de inmediato hubiéramos protestado las que estábamos ahí presentes) sino ¡de ovejas!
Es que nos encontrábamos en un retiro, mirando desde la azotea un campo que colindaba con la casa, cuando pasó un rebaño que un muchachito había sacado a pastar.
La escena nos cayó como anillo al dedo porque habíamos estado reflexionando ese texto del Evangelio según San Juan donde Jesús se describe a Sí mismo como el Buen Pastor que conoce a Sus ovejas y llama a cada una por Su nombre (ver Jn 10, 3).
El muchacho que hizo el comentario se admiraba de que alguien pudiera diferenciar una oveja de otra pues él las encontraba idénticas, pero le comentamos que seguramente el pastorcito que las cuidaba sí las distinguía pues convivía con ellas todos los días.
Esa escena vino a mi mente cuando leí el bellísimo texto del profeta Ezequiel que se proclama como Primera Lectura hoy en Misa:
"Esto dice el Señor Dios: 'Yo mismo iré a buscar a Mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré Yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad'..." (Ez 34, 11-12).
Qué conmovedor resulta que Dios, en lugar de decir:' ¡Yo soy el Pastor Todopoderoso!, ¡si las ovejas se salen del redil y se dispersan serán localizadas y destruidas al instante!' diga que ¡Él mismo irá a buscarlas y velará por ellas!
¿Te das cuenta? Esta hablando de ¡nosotros!, sí, de ti y de mí, y de todos esos seres queridos que nos preocupan tanto porque ¡vaya que se han dispersado y salido del redil!
Tenemos el inmenso consuelo de saber que Dios no se mantiene lejano en las alturas mirándonos por encima del hombro con mirada reprobatoria sino que no sólo nos comprende y nos disculpa (implica que nos dispersamos a causa de la niebla, de la oscuridad...), sino que no tiene 'empacho' en venir a buscarnos personalmente, a donde sea, como sea, con tal de rescatarnos.
Promete: "Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré". (Ez 34, 16)
Se nota que a este Pastor no le es ajeno nada de lo que le sucede a las ovejas: ha hecho un inventario muy completo.
Ahora bien, solemos pensar que este texto describe las diferentes ovejas del redil, que hay unas que están perdidas, otras que son unas 'descarriadas', otras débiles, y así sucesivamente, pero me gusta pensar que quizá no sólo sea así, sino que también se refiera a los diferentes momentos que puede vivir ¡la misma oveja! incluso en ¡un mismo día!
Cuando te sientes tan perdido y desorientado que has tomado un camino equivocado, o te has ido alejando tanto que no sabes ya cómo volver, o cuando erróneamente te convences de que estás mejor afuera del redil, o cuando cada paso que das te causa tanto sufrimiento que te paralizan tus heridas, o cuando fácilmente flaqueas, dudas, tropiezas, caes; o aun cuando te sientes tan bien que corres el peligro de creer que puedes volverte autosuficiente, qué consuelo saber que jamás caes en el olvido de este amoroso Pastor que por ti es capaz de dejar noventa y nueve ovejas para ir a buscarte.
Qué descanso saber que a cada instante, en cada circunstancia, está presente, atento, pendiente de lo que te pasa, Aquel que dio la vida por Sus ovejas, Aquel que no te confunde con nadie, que distingue tu voz cuando lo llamas y está pronto a atenderte, a cuyo lado se disipa tu neblina, se aclara tu noche, encuentras el camino, sanas tus lastimaduras, recuperas las fuerzas, mantienes el rumbo y la certeza de que teniéndolo a Él nada te falta.
Hoy la Iglesia lo celebra como Rey del Universo.
Al igual que en la historia más fantástica, el humilde pastor resultó ser el Rey.
Vino de incógnito, se despojó de Sus riquezas para poder recorrer tu camino, salirte al encuentro con Su cayado convertido en cruz, llevarte sobre Sus hombros, en verdes praderas hacerte reposar, iluminar tus cañadas oscuras con Su luz e invitarte a vivir en Su Reino toda la eternidad.
(Del libro electrónico “El regalo de la Palabra”, col. Vida desde la Fe, vol. 3, Ediciones 72, p.96, disponible gratuitamente aquí en: www.ediciones72.com)