Buen Fin
Alejandra María Sosa Elízaga**
La primera vez que alguien me dijo: ‘que tengas un buen fin’, respondi: ‘sí, eso espero, con la gracia de Dios, tener un buen fin y llegar al cielo; ¡que tú también tengas un buen fin!’.
Se me quedó viendo con cara de ‘¿quéee?’ y replicó: ‘¡yo nomás te estaba deseando un bonito fin de semana!’
Recordé aquello en estos días en que en muchos negocios anuncian con letras rojas: ‘El Buen Fin’.
Cuando los vi, casi cometí el error de creer que los comerciantes habían tenido una conversión masiva (más I.V.A.), y nos estaban invitando a prepararnos para el fin de los tiempos, o que al menos nos deseaban un agradable descanso en casa, pero pronto averigüé que nos estaban invitando a aprovechar ofertas y descuentos especiales que ofrecerán sólo este fin de semana.
Entonces se me ocurrió que ya que el mundo toma lo que para nosotros tiene un profundo significado espiritual y le da un sentido material (ahí tenemos de ejemplo la Navidad, convertida en pretexto para gastar en cenas y regalos, y la Semana Santa, convertida en pretexto para salir y gastar en vacaciones), bien podemos pagarle con la misma moneda, y al ‘Buen Fin’, que ahora tiene un sentido meramente material, darle un sentido espiritual, y ofrecer nosotros también ¡¡grandes ofertas!! que nos traerán ¡ahorros fabulosos!, pues como siempre sucede, Dios nos multiplica lo que damos, y el bien que hacemos a otros, nos enriquece también a nosotros.
Y así por ejemplo, podemos ofrecer nuestro perdón al ¡dos por uno!: que al perdonar la ofensa más reciente que nos hicieron, de una vez perdonemos las anteriores.
Que les demos a los demás ¡grandes facilidades! para reconciliarse con nosotros.
Que si alguien nos debe una disculpa y tarda en dárnosla, le cobremos ¡cero intereses!
Que otorguemos ¡crédito gratis! a los demás y de sus gestos, palabras, acciones y omisiones, presupongamos siempre sus buenas intenciones.
Que le hagamos un ¡increíble descuento! al tiempo que dedicamos a contemplar una pantalla, y se lo dediquemos mejor a nuestra familia, o a visitar a alguien que está enfermo, o a hacer alguna obra de caridad.
Que no exijamos a los demás lo que no puedan darnos, y siempre les otorguemos ¡cómodas mensualidades! para que a su paso, a su ritmo, según su capacidad, puedan mostrarnos su cariño y amistad.
Que hagamos ¡la máxima rebaja! a nuestra irritabilidad; a nuestra tendencia a juzgar, a criticar, a chismorrear; a nuestra resistencia a ayudar; a nuestra flojera e indiferencia.
Que a aquellos con quienes convivimos les ofrezcamos un ¡paquete todo incluido! de comprensión, paciencia y tolerancia.
Que otorguemos a los demás ¡amplios plazos! para que puedan enmendar sus errores, recuperar nuestra confianza, recobrar nuestra amistad.
Que hagamos una ¡generosa oferta! de sonrisas y comentarios positivos, y una ¡liquidación total! de malos hábitos, vicios, pecados y de toda actitud que nos estorbe para ser como Dios quiere que seamos.
Y que a diferencia de otros que en cada compra regalan una insignificancia, regalemos ¡de pilón! en cada palabra que digamos, en cada cosa que hagamos o dejemos de hacer, lo mejor y más importante: nuestro testimonio cristiano, la alegría de nuestra fe.
Si estamos haciendo esto cuando el Señor venga, y vendrá, cuando menos lo esperemos, como dice san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Tes 5, 1-6), nos encontrará amando, perdonando, ejerciendo nuestros dones con caridad, y podremos entregarle ¡muy buenas cuentas!, como las pide en el Evangelio dominical (ver Mt 25, 14-30).
Recibiremos entonces nuestra ganancia: un verdadero Buen Fin, que no sólo durará tres días, sino será el inicio de una felicidad que abarcará toda la eternidad.