Gratitud adelantada
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Cuándo agradeces algo?
Seguramente cuando lo has recibido, o cuando tienes la seguridad de recibirlo porque te lo ha prometido alguien en quien confías.
Por lo general no agradecemos aquello que todavía no recibimos ni tenemos la certeza de recibir.
No diríamos, por ejemplo: ‘¡muchas gracias porque me vas a prestar dinero!’, a alguien que no ha expresado la más mínima intención de prestárnoslo; ni tampoco: ‘¡gracias, por invitarme a tu fiesta!’ a alguien que ni siquiera nos envió una invitación.
Como que expresar gratitud por adelantado suena a intento de presionar, a cierto chantajillo sentimental: ‘ya te lo agradecí, ahora no te puedes negar’.
Con ello en mente, tal vez nos suene muy raro lo que nos pide san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Flp 4, 6-9): “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud” (Flp 4, 6).
Se comprende que nos pida que no nos inquietemos por nada, la inquietud nos roba la paz. Decía san Francisco de Sales que, con excepción del pecado, lo que más daña el alma es la inquietud, que la hace desconfiar de Dios y caer en la desesperanza.
Si estamos en manos de Dios, no cabe inquietarnos por nada, hasta ahí vamos bien.
Y también suena lógico que nos diga que en todo momento presentemos nuestras peticiones a Dios en la oración y la súplica, claro, si nosotros no podemos nada y Dios lo puede todo, y nos ama, y busca nuestro bien, ¿cómo no íbamos a encomendarle todo a Él?
Pero la última frase es la que llama la atención, pide que oremos “llenos de gratitud”.
Algunos hermanos cristianos dirían que esto de la gratitud se explica porque si oras con fe y seguro de que vas a recibir lo que pides, lo recibirás, así que puedes irlo agradeciendo de antemano.
Se toman muy al pie de la letra la promesa de Jesús de conceder lo que se pida en Su nombre; olvidan que a veces el Señor permite que pasemos por ciertas dificultades, enfermedades, etc. porque ello contribuirá a nuestra salvación, y por más que nos concentremos en creer que nos librará o curará sólo porque se lo pedimos con fe, tal vez no lo hará. No podemos pretender saber mejor que Él lo que nos conviene.
Entonces, ¿cómo entender eso de orar y suplicarle a Dios “llenos de gratitud”?
Quizá cabría entenderlo en dos sentidos.
Por una parte, puede referirse a la gratitud que nos da el saber que tenemos un Dios que nos ama, que se digna escucharnos, un Dios al que le importan nuestros asuntos y está siempre atento para ayudarnos y concedernos lo que en verdad necesitamos (aunque no siempre coincida con lo que creemos que necesitamos...).
Oramos y suplicamos agradecidos de tener a Quien orar y suplicar, agradecidos de no estar abandonados, atenidos a nuestras solas fuerzas.
Y por otra parte, puede referirse también a la gratitud que nos da saber que Dios tomará en cuenta lo que le pedimos, y responderá, del modo que considere más adecuado, que será sin duda el que mejor contribuya a nuestra conversión y salvación.
Así pues, con nuestras oraciones puede ir siempre nuestra gratitud ‘adelantada’, porque confiamos en que serán siempre escuchadas y atendidas por el Señor, con inagotable sabiduría y amor.