Muuuuy por encima
Alejandra María Sosa Elízaga**
Es una afirmación breve, pero tan profunda y elocuente que podría servir como respuesta de Dios a las muchas veces en que nos atrevemos a cuestionarlo:
Viene en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Is 55,6-9):
“Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son Mis caminos, dice el Señor.
Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan Mis caminos a los de ustedes, y Mis pensamientos a sus pensamientos” (Is 55, 8-9).
-¡Señor! ¿Por qué no has curado a fulano?,
-Porque Mis pensamientos no son tus pensamientos.
-¿Por qué no impediste que se muriera ese ser amado?
-Porque Mis caminos no son tus caminos.
-¿Por que permites que nos suceda esto?
-Porque Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes.
-¿Por qué no has resuelto ese asunto que desde hace tanto te hemos encomendado?
-Porque Mis caminos no son los caminos de ustedes.
Solemos juzgar a Dios porque no reacciona como reaccionamos nosotros, porque no interviene cuando nosotros lo consideramos oportuno, porque no actúa como a nosotros nos parece conveniente.
Una y otra vez se nos olvida que a Dios no lo rigen nuestros criterios humanos.
Se nos olvida que Él, que está por encima del tiempo y del espacio, y nos ama con amor eterno, permite que nos sucedan cosas que podemos considerar dolorosas, como una enfermedad, la muerte de cierta-s persona-s, un problema cuya solución parece no llegar nunca, no porque no le importe o no pueda resolverlas, sino porque considera, desde Su punto de vista, que está muuuuy por encima del nuestro, que aquello puede servir para nuestra conversión y salvación, que es lo que a Él más le interesa.
Nosotros queremos que sane a fulana, Él permite esa enfermedad porque puede ayudarla a crecer en paciencia, en humildad; porque puede ayudar a quienes la rodean a superar el egoísmo y ayudar; porque de su sufrimiento ofrecido puede obtenerse un gran bien.
A nosotros nos parece pésimo que Dios permitiera que se muriera aquella gente, sentimos que la privó de disfrutar una vida muy buena; Dios en cambio consideró que era el momento oportuno para llamarla a una vida mejor.
Quisiéramos un Dios que esté a nuestro servicio, que nos conceda de inmediato lo que le pedimos, pero como decía santa Teresa: ¡qué bueno que Dios no nos concede cuanto le pedimos!, porque la mera verdad, como plantean san Pablo y Santiago en sus cartas, no sabemos pedir lo que nos conviene (ver Rom 8, 26; Stg 4,3).
No tenemos idea de qué será de nosotros ya no digamos en un año, ni siquiera dentro de un minuto, así que, ¿cómo nos atrevemos a pensar que sabemos, por encima de Dios, lo que realmente necesitamos?
Y, no se trata de aceptar Su voluntad resignadamente, mascullando entre dientes porque no nos queda de otra. Que se cumpla lo que Él dispone ¡es lo mejor que nos puede pasar!
En lugar de perjudicarnos que los pensamientos y caminos de Dios sean muy distintos a los nuestros, ¡nos favorece enormemente!
Porque a diferencia de nosotros, Él no se cansa de perdonar; hace salir el sol sobre buenos y malos, nos ama aunque no lo merezcamos...
Si los pensamientos y caminos de Dios fueran como los nuestros, ¡hace tiempo que nos hubiera borrado de la faz de la tierra!
Así que en lugar de reprocharle que no juzgue como nosotros juzgamos, como le reprocharon los trabajadores de los que habla el Evangelio (ver Mt 20, 1-6), sintámonos agradecidos de que Su bondad y generosidad estén tan por encima de todo límite y cálculo humano, que cuando nos llame un día a entregarle cuentas, podremos esperar recibir la misma extraordinaria paga los que lleguemos tarde, que los que llegaron temprano.