Necesitarlo para darlo
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Qué se necesita para poder perdonar?
Hice esta pregunta a un grupo de personas.
Casi todas las respuestas fueron en la línea de que se necesita buen corazón, buena voluntad, decisión, tiempo...
Nadie mencionó un elemento que es verdaderamente esencial para poder perdonar: necesitar el perdón de Dios.
Sólo quien tiene conciencia de ser un pecador que ha sido y seguirá siendo perdonado por Dios sin merecerlo, puede perdonar a quien no se lo merece.
Sólo quien ha sido perdonado una y otra vez por Dios, puede perdonar a quien le ofende una y otra vez.
Sólo quien se ha quedado boquiabierto ante la misericordia de Dios puede dejar a otro boquiabierto comunicándole esa misericordia.
En su libro ‘El Perdón Transfigurado’, en el que realiza un minuciosísimo estudio sobre las corrientes de pensamiento a lo largo de la historia, y su relación con el perdón, mons. Jean Laffitte hace notar que en el pensamiento ateo no se considera el perdón. Claro, si no se cree en Dios, y por lo tanto no se cree en que Él nos perdona y nos pide perdonar, se sucumbe al natural rencor y al deseo de acabar con el enemigo.
Pero no sólo el ateo, también un creyente puede no perdonar, cuando cae en el error de creerse bueno y justo, pensar que basta con que vaya a Misa para tener contento a Dios.
No siente la necesidad de perdón, ni de pedirlo ni de darlo, pero se equivoca.
No se pone a pensar que lo que Dios espera de Él es que ame (y por eso deber ir a Misa, para recibir amor y aprender a amar), y si hiciera un examen de conciencia se daría cuenta de que está muy lejos de ser como Dios quiere que sea, por lo que sí necesita Su perdón y Su ayuda para lograrlo.
Como siempre sucede con las cosas de Dios, no son los autosuficientes y soberbios, los que se creen en ‘orden’ quienes se benefician de Su gracia, sino los que reconocen su propia indigencia.
Jesús no vino por los que se creen justos y ponen su confianza en sí mismos, sino por los que se saben pecadores y ponen su confianza sólo en Dios.
Para valorar la misericordia hay que reconocerse miserable.
Así pues, para poder perdonar lo que hace falta es reconocer que se necesita el perdón de Dios y que la única condición para recibirlo, es compartirlo.
Sólo quien tiene conciencia de ser un pecador que continuamente necesita y continuamente recibe el perdón de Dios, puede a su vez perdonar continuamente, responder positivamente cuando Dios le pide perdonar.
Parafraseando las bienaventuranzas, podría decirse: ‘dichosos los perdonados, porque sabrán perdonar’.
Y en ese sentido, no es casualidad que la Primera Lectura (ver Eclo 27, 33-28,9), el Salmo Responsorial (tomado del Sal 103) y el Evangelio (ver Mt 18, 21-35) que se proclaman este domingo en Misa, den por hecho que hay que ser conscientes de que el perdón es un don que se necesita recibir y compartir.
El autor del Eclesiástico afirma: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón, se te perdonarán tus pecados” (Eclo 28,2).
Presupone que quien perdona es un pecador necesitado de perdón.
El Salmo dice: “Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de Sus beneficios...El Señor perdona tus pecados...No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados” (Sal 103,2-3.10), invita al alma a no olvidar los muchos beneficios recibidos, las incontables ocasiones en que ha gozado de Su misericordia.
Y en el Evangelio, Jesús propone una parábola acerca de un hombre que fue condenado porque estando muy necesitado de perdón, fue perdonado, pero cuando otro requirió su perdón, se negó a darlo. Y la termina con una advertencia: “Pues lo mismo hará Mi Padre celestial con vosotros, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. (Mt 18, 35).
¡Es muy alto el precio a pagar por aferrarse al rencor! ¡Se pone en riesgo la propia salvación!
El amor de Dios es incondicional, Su perdón no.
Es inagotable y generoso, pero para recibirlo hay que darlo.
Si no perdonas, no serás perdonado, es tan sencillo y tan aterrador como eso.
Por eso Jesús nos enseñó a decir: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lc 11,4).
Es que sólo quien se sabe necesitado del perdón de Dios, hace lo que sea para poderlo alcanzar, incluso si se trata de lo que más trabajo le cuesta: perdonar.