Criterios
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Cuál es tu razón para aceptar cierto criterio y hacerlo tuyo?
¿Que te has regido por él toda la vida?
¿Que tu familia siempre se ha regido por él?
¿Que todos en un grupo al que perteneces tienen ese criterio?
¿Que lo vive y/o comunica una persona que admiras?
¿Que lo viste en la tele o en una película?
¿Que es la postura de intelectuales a los que respetas?
¿Que a mucha gente le parece bien?
¿Que te suena lógico?
¿Que es ‘políticamente correcto’?
¿Que te hace sentir bien?
¿Que en un momento dado te pareció adecuado?
Tómate un tiempo para considerar qué razón o razones suelen moverte a aceptar los criterios que norman tu vida: tu manera de pensar y de actuar, tus relaciones personales, lo que consideras importante, tu modo de pasar el tiempo libre, de gastar el dinero, lo que te parece bien y lo que te parece mal...
Y si descubres que tu única razón es alguna de las antes enlistadas, cuidado.
Te estás dejando llevar por criterios que pueden conducirte al error, al peor error que hay, que es apartarte del Señor.
Es que la única razón válida para regirse por cierto criterio, es que lo pida Dios, no el tiempo o la familia, la moda, la inercia, el ‘qué dirán’ o la emoción del momento.
Él te creó, te conoce como nadie y te ama como nadie, sabe qué te conviene y quiere lo mejor para ti, así que dejar que no hay opción más sabia que permitir que sea Él quien norme tu criterio, que te diga lo que debes y lo que no debes hacer,
Y, ¿cómo te lo dice? A través de la Iglesia, que Cristo fundó para que, entre otras cosas, te ayudara a interpretar correctamente Su Palabra, a distinguir lo bueno de lo malo (porque en el mundo a veces se plantea como bueno lo malo, y viceversa), y a elegir el camino a seguir cuando no lo tuvieras muy claro.
En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Rom 12, 1-2), pide san Pablo:
“No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 2).
No es fácil seguir este consejo.
Por cumplir la voluntad de Dios, el profeta Jeremías sufrió burlas, como cuenta en la Primera Lectura (ver Jer 20, 7-9):
Por cumplir la voluntad de Dios, Cristo se entregó a la muerte.
Pero aunque a los ojos del mundo eso parezca locura, nos trajo la salvación.
Como decía san Pablo en una Lectura que se proclamó en Misa hace unos días, “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de este mundo” (1Cor 1,25).
Y no seguir Su criterio es arriesgarse a caminar en sentido contrario, dejarse transformar por el mundo en lugar de transformar al mundo.
Ya vemos, en el Evangelio dominical, que Jesús reprendió duramente a Pedro, llamándolo Satanás por pretender aconsejarlo con criterios mundanos y alejarlo del plan de salvación que el Padre lo envió a cumplir (ver Mt 16, 21-23).
Es que sólo existen dos opciones, seguir al Rey del universo, o al ‘príncipe de este mundo’.
Tú decides con el criterio de cuál te quieres regir...