Rebeldía y misericordia
Alejandra María Sosa Elízaga**
“Le puedo pasar cualquier cosa menos que sea rebelde. Le paso que tenga desordenado su cuarto, que arrase con lo que hay en el refri, que vea demasiada televisión, pero cuando se me pone ‘al brinco’ y me desobedece, ¡eso sí que no lo tolero!”
Así decía un amigo que tiene un hijo adolescente. Y su hermana, que tiene una nena que está entrando a lo que llaman ‘la adolescencia de la infancia’, comentó que lo mismo le pasaba con su hijita, que de ser una niña cariñosa y dócil, muy pegada a ella, de pronto a todo le dice que no, no a la ropa que le escoge para que se la ponga cada día, no a la comida que le sirve, no cuando la manda a irse a la cama, ¡la vuelve loca!
Niños y adolescentes suelen rebelarse como parte de su proceso de crecimiento, buscan establecer su propia identidad, diferente a la de los adultos que los rodean.
El problema es cuando eligen caminos distintos sólo por llevar la contra, pues por lo general ‘el camino menos andado’ lo es por una razón: porque no siempre resulta el más recomendable.
Es por ello que con frecuencia a la rebeldía le sigue el arrepentimiento.
El otro día en una reunión en la que platicábamos de este tema, un señor joven reconocía que se equivocó cunado era un chavo, al no hacer caso a su papá que le prohibió hacerse tatuajes, y él por molestarlo se tatuó el cuello, y ahora la grotesca imagen que se alcanza a ver por encima del cuello de su camisa incomoda a sus posibles empleadores y no lo contratan por nada.
Y una joven también reconoció que fue un error no hacerle caso a su mamá que le pedía que no se habituara a hablar con groserías; se acostumbró a usarlas, las dice sin pensar, y platicaba que el otro día se le salió una palabrota frente a sus suegros y se quiso morir de vergüenza.
Lamentablemente a pesar de las advertencias o las malas experiencias, propias o ajenas, el ser humano tiende a rebelarse, basta que le prohíban algo para que le obsesione hacerlo.
Pero esa actitud no es bien recibida por quien tiene autoridad.
El rebelde, el desobediente es visto como un riesgo, alguien en quien no se puede confiar porque nunca se sabe cómo reaccionará.
Por eso la desobediencia suele ser muy castigada en escuelas y centros laborales; se busca sofocarla, erradicarla, cueste lo que cueste.
Los papás castigan, los maestros reprueban, los jefes despiden, los superiores expulsan.
Dios, en cambio, reacciona de otro modo.
Fiel a Su costumbre de escribir derecho en renglones torcidos, aprovecha nuestras rebeldías para nuestro propio bien.
Por ejemplo, en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Rom 11, 12-15.20-32), san Pablo reflexiona en que debido a que el pueblo judío fue rebelde para creer que Jesús era el Mesías, entonces la Buena Nueva fue anunciada a los paganos, es decir, gente no judía (que tenía otra religión o ninguna).
La rebeldía de unos, aunque por sí misma no era algo bueno, fue usada por Dios para hacer algo muy bueno.
¡Él siempre se las arregla para hacer algo así!
Se comprende entonces que san Pablo afirme, en esa misma Lectura:
“Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos Su misericordia” (Rom 11, 32).
De un ser humano, cabría esperar que dijera que permitió que sus hijos o alumnos o subalternos, cayeran en rebeldía para darles un severo escarmiento.
Y tal vez, con base en esa experiencia humana, pensaríamos que de un Dios Todopoderoso cabría esperar que el texto dijera que ha permitido que todos cayéramos en rebeldía, para castigarnos a todos.
Pero no es así, sino ¡todo lo contrario!
Por nuestra rebeldía no recibimos ‘nuestro merecido’, sino ¡lo más inmerecido! ¡La infinita misericordia de Dios!
Dios no cesa de tenernos misericordia ni cuando nos volvemos rebeldes.
Claro, cabe aclarar que ello no es razón para desobedecerlo; rebelarse contra Dios lo pone a uno en ¡muy mala compañía! (la de todos aquellos que se han rebelado antes que nosotros, comenzando por Satanás).
Para lo que nos sirve saber que Dios reacciona con misericordia ante nuestras rebeldías es para nunca perder la confianza de acercarnos a Él si por ignorancia, debilidad o tontería, en lugar de seguir Sus caminos, seguimos otros.
Podemos tener la certeza de que no nos rechazará, sino tendrá misericordia de nosotros.