Poder y misericordia
Alejandra María Sosa Elízaga**
‘Si tuviera el poder’, es una frase que suele venir seguida de otra que habla de ejercer ese poder para dominar una situación o persona.
‘Si tuviera el poder, mandaba a mi suegra a Timbuctú’; ‘si tuviera el poder, ¡desaparecía todos los autos de este embotellamiento!’; ‘si tuviera el poder, ¡borraba a todos los delincuentes de la faz de la tierra!’
Tener poder da la posibilidad de elevarse por encima de otros para someterlos. En esto radica, para muchos, su atractivo.
Por ello llama la atención lo que plantea la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Sab 12, 13.16-19).
Empieza afirmando: “No hay más Dios que Tú, Señor, que cuidas de todas las cosas. No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de la justicia de Tus sentencias. Tu poder es el fundamento de Tu justicia, y por ser el Señor de todos...”
Detengámonos aquí un momento. Consideremos esto: luego de afirmar que Dios es el único Dios y no tiene que rendirle cuentas a nadie, que tiene el poder y es el Señor de todos, cabría esperar que dijera: ‘por ser el Señor de todos nos dominas a todos’; ‘por ser el Señor de todos, nos obligas a todos a cumplir Tu voluntad’; ‘por ser el Señor de todos, nos aplastas a todos cuando no te hacemos caso’, o algo parecido.
¡Pero no dice eso!, sino ¡todo lo contrario!
Dice: “por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos”, y más adelante vuelve sobre este punto: “Siendo Tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres.”
¡Asombroso!, Siendo el dueño de la fuerza, teniendo todo el poder y la potestad de usarlo como quiera, Dios ¡elige juzgarnos con misericordia, elige gobernarnos con delicadeza!
¡Qué diferente sería si el autor se refiriera a nosotros. La continuación de una frase como ‘siendo tú el dueño de la fuerza’, sería: ‘arrasas con todos’; una frase como ésa de: ‘porque tienes el poder y lo usas cuando quieres’, se completaría diciendo: ‘abusas y lo ejerces injustamente’.
Pero no dice eso, porque el texto no se refiere a nosotros, sino a Dios que, siendo Todopoderoso, elige ejercer Su poder con misericordia, es decir, poniendo Su corazón en nuestra miseria, compadeciéndose de nosotros, tratándonos con suavidad y benevolencia.
Dice el texto que ello nos llena de una dulce esperanza. Claro, ¡qué tranquilidad nos da saber que Dios no nos trata con la dureza con la que podría hacerlo!, pero no podemos conformarnos con disfrutar Su misericordia y quedarnos en paz; estamos llamados a imitarla.
El autor da a entender que Dios espera que seamos como El en su modo de usar el poder.
Dice el texto: “Con todo esto has enseñado a Tu pueblo que el justo debe ser humano”.
Todos tenemos algún poder, sea chico o grande. Y solemos usarlo mal.
El otro día pasé un buen rato en la calle bajo un techito esperando que se quitara la lluvia, y me tocó ver muchos ejemplos de eso. Un camión grande le dio un cerrón a un auto chico, que a su vez se le cerró a un motociclista, que a su vez no le cedió el paso a una señora que llevaba dos niños de la mano y venía de malas de una oficina en la que le cerraron la ventanilla en las narices antes de la hora de cerrar; y venía regañando a la niña mayor, a la que su maestra castigó injustamente, y que a su vez estaba molestando a su hermanita menor, quien a su vez, seguramente, al llegar a su casa se desquitaría pegándole a su muñeca.
Al parecer el mal uso del poder genera una cadena que lo replica y multiplica.
Interrumpirla parece tarea imposible pero no lo es, sólo se necesita quebrar un eslabón, y podemos empezar por el nuestro.
En este domingo, la Palabra nos invita a revisar nuestra manera de ejercer el poder, en la casa, en la escuela o universidad, en el trabajo, en la comunidad.
Y si nos damos cuenta de que, como todo el mundo, hemos caído en la prepotencia, pidamos a Dios que sepamos aprovechar este tiempo que nos da para enmendarnos, y aprender de Él a usar nuestra fuerza y poder con bondad, paciencia y caridad.