¡Todo se sabrá!
Alejandra María Sosa Elízaga**
Son las dos expresiones que suelen surgir espontáneamente cuando nos enteramos de que todo lo que pensamos, dijimos, hicimos y dejamos de hacer a lo largo de toda nuestra vida, saldrá un día a la luz, y lo sabrá todo el mundo, literalmente, ¡todo el mundo!
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 10, 26-33) afirma Jesús: “No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse” (Mt 10, 26).
¿Cuándo será ese cuándo? En el Juicio final.
En el Catecismo de la Iglesia Católica se nos enseña que cuando una persona muere, su alma enfrenta su juicio particular ante Dios.
De ese juicio dependerá si está en condiciones de ir a gozar del cielo, si irá al Purgatorio, porque todavía tenga algo -o mucho- que purificar, o si por su rechazo a Dios irá a vivir la eternidad sin El, en la condenación eterna (ver CEC #1021-1022).
¿Por qué va a haber un Juicio final si el alma ya fue juzgada en su juicio particular?
Porque de ese juicio particular solamente se enteran el alma y Dios, pero en el Juicio Universal, al final de los tiempos, cuando vuelva Cristo glorioso y reúna a todas las gentes de todo tiempo y lugar, vivas y difuntas, lo revelará todo de todos.
Dice el Catecismo: “Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo, definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios.
El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrestre” (CEC # 1039).
Aquí sí que eso de ‘hasta sus últimas consecuencias’ se cumplirá, ‘caiga quien caiga’.
Esta revelación nos ayudará a comprender por qué Dios permitió o no permitió tal o cual cosa; nos dejará conocer realmente el interior del corazón de cada quien y, algo muy importante, pondrá al descubierto todo lo bueno y malo que la gente realizó sin que aparentemente nadie se enterara.
De ese modo se cumplirá cabalmente la justicia de Dios, porque ningún buen pensamiento, palabra, obra u omisión, por insignificante que sea, quedará sin recompensa, y del mismo modo, ningún mal pensamiento, palabra, obra u omisión, por insignificante que sea, quedará impune.
Estar advertidos desde ahora, de que en el día del Juicio final todo se sabrá, resulta muy positivo para nosotros, por dos razones:
En primer lugar nos mueve a tener mucho cuidado con lo que pensamos y lo que decimos de otros, sobre todo a sus espaldas, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, para que no sea nada que nos avergüence ante Dios y ante los demás el día del Juicio Final.
Y en segundo lugar nos da una sólida razón para callar, para soportar, para perdonar, para pasar por alto comentarios o acciones a los que podríamos reaccionar violentamente, y a los que en cambio podemos elegir no responder y quedar en paz, confiados en que un día se sabrá qué fue lo que en verdad pasó, y se nos hará justicia.
Pienso, por poner un ejemplo muy sencillo, en lo sucedido a santa Faustina Kowalska, que un día mientras limpiaba la capilla de su convento, encontró los pedazos de un jarrón, y cuando los levantó entró la superiora que, suponiendo que Faustina acababa de romper el jarrón, la reprendió duramente.
Ella no se defendió, no aclaró el malentendido, calló, aceptó mansamente la inmerecida reprimenda, y le ofreció su mortificación a Dios.
Esa injusticia cometida que nunca se aclaró, se aclarará en el Juicio Final (¡menuda cara que pondrá ese día la superiora, y peor la monjita que rompió el jarrón y no dijo nada!).
Dice el Catecismo: “El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte” (CEC #1040).
Pidamos a Dios la gracia de vivir de tal manera que saber que todo cuanto pensamos, decimos, hacemos o dejamos de hacer será un día revelado a todos por el Señor, nos mueva a decir: ‘¡qué bueno!’ y nunca ‘¡qué horror!’