Presencia anunciada
Alejandra María Sosa Elízaga**
Superarchirrequetehipermegafelicísimos.
Si existiera semejante palabra de seguro se la usaría para describir es estado de ánimo de los discípulos de los que nos habla el Evangelio que se proclama en este Tercer Domingo de Pascua (ver Lc 24, 13-35), un estado de ánimo contagioso, que se nos pega cuando nos damos cuenta de que lo que lo que sintieron ellos también lo podemos sentir nosotros, y ¡mejorado!
Resulta que unos discípulos de Jesús, (que no eran del grupo de los Doce sino seguramente del grupo más numeroso mencionado en Lc 10, 1ss), iban de camino a una aldea, muy tristes y decepcionados por la muerte de Jesús y porque no lo habían visto resucitado.
Al parecer pretendían alejarse, dejar todo aquello atrás, empezar de nuevo en otro sitio o retomar su vida donde la habían dejado antes de conocer y seguir a Jesús.
Se parecen a tantos que ante una experiencia dolorosa, angustiosa, frustrante, en la que no sucede lo que esperaban, cuando y como lo esperaban, se desaniman, se desesperan, se apartan de Dios.
Ah, pero lo bueno es que Él ¡no se aparta de nadie!
De pronto se dieron cuenta de que Jesús iba caminando a su lado, pero estaban tan ensimismados que no lo reconocieron.
Les preguntó qué les pasaba, y desahogaron su dolor y desesperanza.
Entonces Él, luego de reprenderlos suavemente por su resistencia a creer en lo anunciado por las Escrituras, comenzó a explicárselos, desde el principio,
Fue la primera exégesis cristiana de la historia, un método enseñado por el propio Jesús, y que la Iglesia aplicó de ahí en adelante: leer los textos del Antiguo Testamento a la luz de Cristo, es decir, descubriendo su referencia a Él.
Al llegar a donde ellos iban le pidieron que se quedara porque ya oscurecía.
Cabe pensar que no fue sólo el gesto de hospitalidad de ofrecer alojamiento al peregrino para que no viajara de noche, sino que como había estado iluminándolos Aquel que es Luz del mundo, y no querían dejarlo ir y quedar de nuevo a oscuras...
Él entró a cenar con ellos, y lo reconocieron cuando partió el pan.
Entonces Él se les desapareció y ellos volvieron presurosos a Jerusalén, a contar la noticia con los otros discípulos.
Es interesante notar que aunque el Salmo Responsorial que se proclama después de la Primera Lectura, responde a ésta, pero ahora es también ejemplo de un texto del Antiguo Testamento que anuncia lo que sucedería en relación con Jesús.
Dice el salmista: “Enséñame el camino de la vida” (Sal 16, 11).
Para el judío la Sagrada Escritura no era un libro más, sino la Palabra de Dios que iluminaba toda su vida.
Jesús enseñó a los discípulos a descubrir en ella, no sólo el camino que los conduciría de vuelta a Dios, sino que iluminaría su vida entera.
“Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente” (Sal 16, 7).
En ese anochecer Jesús los fue instruyendo.
“Tengo siempre presente al Señor y con Él a mi lado, jamás tropezaré” (Sal 16, 8).
Los discípulos captaron que aunque el Señor se les hubiera desaparecido, seguía con ellos; y por eso fueron capaces de emprender a esas horas el regreso a Jerusalén, el camino de vuelta, la conversión, sin temor a las sombras a su alrededor pues en su interior brillaba ya una llama inextinguible...
Su experiencia es la nuestra.